jueves, 24 de marzo de 2016

La venganza y el Reino

Cuando dejamos la ofensa recibida de otros en manos de Dios, estamos afirmando que Él sabe bien qué es lo que necesitamos, y no hará otra cosa que lo mejor para nosotros.
Hay pocas cosas que calen tan hondo en nuestros corazones como los males que nos vienen de parte de otros. Es más fácil aceptar nuestras dificultades económicas, la falta de trabajo o la propia enfermedad. Pero cuando otras personas nos traicionan nos sentimos dolidos en lo más profundo de nuestro ser. Superar estos malos momentos es todo un desafío.
Inline image 1En el texto de Romanos 12;18-19 "si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.  No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor, Pablo nos da una orientación respecto a este tema. Primeramente, nos recuerda que la paz debe ser una de las características de los que andan en Cristo, porque seguimos a un Dios de paz. De todas formas, la frase "en cuanto dependa de vosotros" nos advierte que estar en paz con los demás es algo que requiere siempre la colaboración de al menos dos personas. Es decir, no implica solamente la ausencia de agresión de nuestra parte, sino también el mismo compromiso de parte de la otra persona. Por esta razón no siempre la paz es absoluta, pues nuestros deseos de estar en paz con los demás pueden no ser correspondidos por la otra parte.
Nuestro llamado, no obstante, es agotar todos los caminos posibles para cultivar y mantener una relación de paz con aquellos que son parte de nuestra vida. El acto puntual de la venganza no es más que una manifestación de ese espíritu amargado que reside dentro de nosotros. El medio donde más cuesta llevar a cabo esta exhortación es en aquellas relaciones en las que nos hemos sentido agredidos, despreciados o tratados injustamente por otros. Allí nuestros deseos de paz se esfuman y sentimos en nuestro interior, una indignación intensa que demanda que este mal sea corregido, sin importar lo que se tenga que hacer para lograrlo.
Es en estas instancias cuando comenzamos a luchar con los deseos de venganza. Solemos creer que el tema de la venganza pasa por una agresión hacia la otra persona. La venganza, sin embargo, se disfraza de muchas maneras diferentes. Nos basta con saber que la venganza busca que la otra persona pase un mal momento, similar o peor al que hemos vivido nosotros. Esto puede incluir cosas tan sutiles como humillarla públicamente o simplemente desear que le vaya mal en la vida. La venganza es, en última instancia, un sentimiento que se aloja en nuestros corazones. El acto puntual de venganza no es más que una manifestación de ese espíritu amargado que reside dentro de nosotros.
Pablo llama a entregar esto en manos de Dios. Esto es sabio, no solamente porque Dios es el que defiende la causa de sus hijos, sino también porque Dios es el que juzga correctamente todos los elementos de una situación y discierne el camino correcto a seguir. Cuando dejamos la situación en sus manos, estamos afirmando que Él sabe bien qué es lo que necesitamos y no hará otra cosa que lo mejor para nosotros.
Porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba su causa al que juzga justamente. (1 Pedro 2.22, 23)

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