Estamos viviendo ya los últimos días del año. ¡Cómo ha pasado el tiempo!; todavía recuerdo estar el año pasado por estas mismas fechas haciendo planes para este año. ¡Cuántas cosas cambiaron, cuánta gente se va y cuánta más llega a nuestra vida en el transcurso de un solo año, quizá nuevos amigos, una pareja, la llegada de un nuevo miembro a la familia, la partida de un ser querido, o el fin de una relación personal.
¿Cuántos de los propósitos del año pasado para éste cumpliste? ¿O eres parte de los que cada año se proponen muchas cosas que luego no pueden cumplir? Porque el entusiasmo por comenzar un año nuevo nos hace pensar que podemos comenzar otra vez, y prometemos cosas, trazamos metas y pensamos en muchas cosas que queremos, y luego nos damos cuenta de que algo pasa cuando al transcurrir los meses, vemos que realmente no hemos logrado ni la mitad de las cosas que nos habíamos propuesto.
Parte de esto se debe a no poner a Dios en nuestros planes. Sucede que, en muchas ocasiones, nos olvidamos que es Él quien nos da todo, nos proponemos tener buenos hábitos para mejorar la salud, pero el único que puede sanar enfermedades y mantenerte con salud es Dios; queremos tener un mejor trabajo, pero quien abre las puertas del empleo es Dios; queremos cambiar de coche pero el que nos da la sabiduría para administrarnos es Dios; queremos encontrar el amor, pero el único que sabe dónde está es Dios; todo, absolutamente todo gira alrededor de Él.
Parte de esto se debe a no poner a Dios en nuestros planes. Sucede que, en muchas ocasiones, nos olvidamos que es Él quien nos da todo, nos proponemos tener buenos hábitos para mejorar la salud, pero el único que puede sanar enfermedades y mantenerte con salud es Dios; queremos tener un mejor trabajo, pero quien abre las puertas del empleo es Dios; queremos cambiar de coche pero el que nos da la sabiduría para administrarnos es Dios; queremos encontrar el amor, pero el único que sabe dónde está es Dios; todo, absolutamente todo gira alrededor de Él.
Y que conste que con solo pedirlo no es suficiente; como tampoco lo es que le dejemos todo a Dios y no hacer nada, porque caemos en el error de pedir y sentarnos cómodamente a que nos caiga del cielo eso que queremos, o simplemente dejamos de esforzarnos porque “Dios nos ayuda”,... y no es así. La clave está en tener equilibro en nuestra vida, pedir a Dios dirección y guía, su ayuda y fuerzas, sí, pero para seguir adelante, para continuar luchando por esos deseos de nuestro corazón, para lograr cada uno de nuestros objetivos de acuerdo a su voluntad.
Tal vez en este año sucedieron algunas cosas no muy agradables, pero todas nos ayudan a crecer, y si de algo estamos seguros es que alguna enseñanza nos dejaron. De eso trata la vida, de que cada día es una lección de aprendizaje, algunas veces más duras que otras; no siempre nos toca aprender por las buenas, pero vamos creciendo paso a paso.
Valorar cada día y disfrutar de la compañía de Dios es lo mejor que podemos hacer, y permitir que Él nos enseñe a disfrutar de la vida es un gran privilegio. No necesariamente tiene que ser un año nuevo para comenzar, podemos empezar desde hoy a poner nuestra vida en sus manos y tenerlo en cuenta para ver cumplidos nuestros sueños. Cada día tenemos la oportunidad de comenzar de nuevo.
En el salmo 90 aparece la oración de Moisés dando gracias a Dios, reconociendo todo lo que había hecho por él, pero también en el verso 12 pidiendo lo siguiente: ”Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría”.
Así también nosotros podemos ver cuánto ha hecho Dios por nosotros, tener en cuenta en qué hemos fallado para mejorarlo y poner en sus manos cada uno de nuestros días para saber cómo vivir conforme a lo que Él quiere para nosotros, y pedirle con todo el corazón que nos enseñe a vivir.
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