viernes, 30 de diciembre de 2016

Lo hice por amor

Imagen relacionada
«No hay duda de que es grande el misterio de nuestra fe: Él se manifestó como hombre; fue vindicado por el Espíritu, visto por los ángeles, proclamado entre las naciones, creído en el mundo, recibido en la gloria». 1 Timoteo 3:16, NVI
Una vez vi un cuadro de Julius Gari Melchers titulado simplemente, La Natividad. Quizá fuera la forma en la que el artista captó, y así quiso compartir, el rostro meditabundo del esposo, que no era el padre, mientras se inclinaba hacia delante en cuclillas y contemplaba, pensativo, al Recién Nacido, echado y arropado a sus pies en aquel tosco cajón para el heno. O quizá fuera el absoluto agotamiento de la joven madre que acababa de dar a luz, exhausta, postrada en el frío suelo, salvo sus hombros desplomados, apoyados contra la pared del establo, con los ojos cansados y entrecerrados, con una cara agotada, inexpresiva, y descansando en el costado de su marido. ¿Qué da vueltas en la cabeza del esposo? ¿Qué pensamientos tiene la joven madre? En el aire cargado e inmóvil, ¿se preguntan si el «humilde niño» es el «santo niño»?
Las palabras de nuestro texto navideño del principio parecen provocadoras, ¿cómo, si no, describiremos la encarnación del Infinito en esta tierra sombría que los seres finitos seguimos llamando hogar? Efectivamente, alguien dijo con tino: «Andamos desconcertados en la luz, porque algo es demasiado grande para verlo y demasiado simple para decirlo». La Simiente de Dios plantada en el útero de la humanidad: bueno, la mecánica y la genética mismas de tal transferencia anatómica divino-humana, son más de lo que nuestra ciencia del tercer milenio puede desentrañar. Pero, al final, el gran misterio que la Navidad nos obliga a sopesar no es que Dios pudiera hacerlo sino que Dios quisiera hacerlo. «La obra de la redención es llamada un misterio, y es ciertamente el misterio mediante el cual la justicia eterna se presenta a todos los que creen, a un precio infinito, mediante un proceso penoso, misterioso tanto para los ángeles como para los hombres, con el que Cristo tomó la humanidad. Ocultó su divinidad, puso a un lado su gloria, y nació como un niñito en Belén».

Era Nochebuena. Envolviendo paquetes, muy atareada, la madre pidió a su niño que le limpiara los zapatos. Pronto, con la sonrisa orgullosa de una personita de siete años, le trajo los zapatos para su aprobación. Quedó tan complacida que le dio una moneda de un cuarto de dólar. La mañana del día de Navidad, notó un bulto extraño en un zapato. Quitándoselo, sacudió el zapato y cayó un cuarto de dólar envuelto en un trocito de papel. En él, con los garabatos de un niño, figuraban las palabras: «Lo hice por amor».

No hay comentarios:

Publicar un comentario