lunes, 19 de diciembre de 2016

Cantando en la prisión

No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones. Efesios 5: 18, 19.
Pablo y sus ayudantes, Silas y Timoteo, finalmente llegaron a Troas, en la costa del mar Egeo. Aquí, el médico Lucas se unió al equipo misionero.
Durante la noche, Pablo tuvo una visión de un hombre de Macedonia, en el norte de Grecia, que le rogaba: ‘Ven y ayúdanos”.
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Al dial siguiente, el equipo fue directo a Macedonia. Cuando llegaron a Filipos, uno de sus primeros conversos fue Lidia, una mujer de negocios que comerciaba costosos productos teñidos. Ella abrió su casa a los misioneros, mientras permanecían en Filipos.
De forma normal, Satanás tramó detener la propagación del evangelio. Esta vez usó a un agente especial, una muchacha esclava poseída por el demonio, que hacía que sus amos ganaran mucho dinero por medio de sus adivinaciones. Día tras día, seguía a los misioneros por todos lados, gritando: “Estos hombres son siervos de Dios altísimo y nos muestran el camino de la salvación”.
Finalmente, Pablo había tenido suficiente con estas palabras constantes pero poco sinceras, y ordenó al espíritu maligno, en el nombre de Jesús, que dejara a la muchacha. Esto no solo hizo que se callara, sino además, cuando su mente fue restaurada aceptó a Jesús y fue bautizada.
Su conversión enfureció a sus amos. ¡Se habían quedado sin un montón de dinero por causa de estos dos misioneros y su Dios! Así que, incitaron a la gente sobremanera contra los dos predicadores. Pablo y Silas fueron brutalmente golpeados y arrojados en la cárcel local, con sus pies amarrados firmemente. Ni siquiera iban a ser enjuiciados. Todo esto se hizo con la anuencia completa de los oficiales gubernamentales de la ciudad.

Aunque tenían frío, estaban hambrientos y torturados, en base a su posición dolorosa y espaldas sangrantes, Pablo y Silas oraban y cantaban himnos. Los guardias y los prisioneros estaban acostumbrados a oír maldiciones, groserías y protestas, ¡pero no éstas¡ ¿Qué clase de hombres cantarían alabanzas a DIOS mientras estaban tan lastimados y encarcelados? Nadie había visto antes algo como esto.
Pero Pablo y Silas sabían un secreto: la mejor manera de soportar cualquier dificultad es volver nuestros pensamientos hacia el cielo y a Jesús. Pensar constantemente en los problemas y situaciones solo empeora las cosas, pero pensar en Jesús y en su amor inspira a los cristianos a regocijarse y a cantar.
 

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