Mientras Juan estaba prisionero en la isla de Patmos, lejos de sus seres queridos y rodeado de cautivos maltratados con sus lamentos, recibió una visión de Jesucristo.
Él escribe:
Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: «No temas. Yo soy el primero y el último (Apocalipsis 1:17). ¡Qué revelación tan maravillosa en medio de su reclusión, el caos y el dolor! Puede pasar así.
Las circunstancias difíciles por las que estás pasando pueden agudizar tu percepción espiritual y hacer que busques a Dios como nunca antes lo habías hecho, de forma que encuentres respuestas para tu vida.
Esta situación angustiosa de Juan es una prueba de que las experiencias negativas no hacen esconderse al Señor, sino que lo revelan. En lugar de destruirte, el ataque de Satanás puede, de hecho, hacerte crecer. Seguro que te agobiarás, pero también se extenderán tus horizontes espirituales.
En el capítulo 11 de Hebreos, vemos dos cosas: las obras de las personas que se mencionan y la profundidad de su fe.
¿Dónde demostró Dios su fidelidad a Daniel? En el pozo de los leones. ¿Dónde se reveló a los tres jóvenes hebreos?
En un fuego calentado siete veces más de lo normal, hay un lugar, para el Señor, donde las pruebas abrasadoras consumen todo excepto tu deseo de conocerlo. Aunque a veces no llegues a entender ese lugar, no evites, sin embargo, pasar por él.
El propósito primordial de la vida de Pablo era ése: Yo he renunciado a todo lo demás por llegar a conocer a Cristo y el poder de su resurrección, y por ser semejante a Él mediante la participación en sus sufrimientos y en su muerte (Filipenses 3:10).
Ahí lo tenemos: sin reservas, sin retroceder y sin pesares; solo un deseo, conocer a Dios íntimamente, y el compromiso de ir hasta el final. ¡Que ése sea tu deseo hoy!
No hay comentarios:
Publicar un comentario