sábado, 29 de octubre de 2016

La oración y la santidad

En la medida que desarrollamos una vida de oración, también crecemos en la santidad con Dios.
La palabra del Señor dice en 1 Pedro 1:15-16 “…Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: sed santos, porque yo soy santo…”
Resultado de imagen de La oración y la santidadEl significado de la palabra Santidad no es ausencia de pecado, más bien es reflejar el carácter de Dios en nuestro propio carácter. Es en este sentido que Dios dice: Sed santos, es decir, estad apartados; pero, ¿apartados de qué? Apartados del MUNDO.
1 Juan 2.15-17 dice: “…No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre…”
Esto nos habla de tres cosas a las cuales debemos renunciar como cristianos:
I. El Mundo.
No se refiere al globo terráqueo, no se refiere a la gente del mundo, se refiere al sistema mundano de pensamiento, a la forma en que el mundo piensa acerca de los deseos, porque estos deseos privilegian la carne antes que los deseos de Dios. En lugar de dar rienda suelta a los deseos de la carne, debemos darle prioridad a la voluntad de Dios; ésta es una nueva forma de pensar.
II. Los ojos.
En lugar de seguir los deseos de los ojos, más bien deberíamos purificarlos, santificar lo que podemos mirar y lo que no debemos mirar, la lámpara del cuerpo es el ojo, dice el Señor en la palabra.
III. La vanagloria de la vida.
A lo siguiente que debemos renunciar es a la vanagloria de la vida, es decir, el orgullo, la vanidad de la mente y del cuerpo, a pensar solo en lo que conviene y sin embargo, no hacer lo que conviene al Reino de Dios.
En conclusión, necesitamos no amar al mundo porque el mundo pasa y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre.
Podemos ser santos, porque Él es Santo. Él nunca va a exigir a sus hijos algo que Él mismo no está dispuesto a ser, pero porque Él es Santo, nosotros los cristianos podemos y debemos ser Santos. Amén.

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