En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. 1 Juan 4:10
Una joven, que había perdido a su madre cuando era niña, le decía a una amiga: «¡Si pudiera robarle a alguien, yo le robaría una madre!»
Si hiciésemos una clasificación de los afectos, el de una madre por sus hijos aparecería sin duda ocupando el primer lugar en la lista. Pues bien, a ese amor el profeta Isaías compara el amor de Dios por su pueblo: “Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros” (Isaías 66:13). Sin embargo, el amor materno es una débil imagen del “amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (Efesios 3:19). Dios nos mostró este amor al entregar a su Hijo amado para que muriese por nuestros pecados en la cruz. Lo envió “en propiciación por nuestros pecados”. Así, toda persona que acude a Él encuentra un Dios favorable, dispuesto a perdonarle si acepta la salvación que nos ofrece por medio de Jesucristo.
¿Conoce ese maravilloso amor de Dios, quien dio a su Hijo “para que todo aquel que en él cree, no se pierda…”? (Juan 3:16).
Dios también dijo respecto a su pueblo, pese a su infidelidad: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49:15). Cristianos, Dios no se olvida de ninguno de nosotros, pues su amor es fuerte “como la muerte” (Cantares 8:6). Como el rey David, podemos decir: “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, el Señor me recogerá” (Salmo 27:10).
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