Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció por la fe, dando gloria a Dios. Romanos 4;20
"Tienes que tener fe", dice la gente. Pero ¿qué
significa esto? ¿Cualquier fe es buena?
"Cree en ti mismo y en lo que eres", escribió un
pensador hace un siglo, "en ti hay algo más grande que cualquier obstáculo". Por
muy bonito que suene esto, se hace pedazos cuando se estrella contra la
realidad. Necesitamos fe en algo más grande que nosotros mismos.
Dios prometió a Abram una multitud de descendientes
(Génesis 15:4-5), pero se enfrentaba a un obstáculo enorme: era anciano y no tenía
hijos. Cuando él y Sara se cansaron de esperar que el Señor cumpliera su
promesa, trataron de vencer este problema por sí solos. El resultado fue una familia
dividida y mucha discordia innecesaria (Génesis 16).
Nada de lo que Abraham hizo por su propia fuerza
funcionó. Sin embargo, finalmente fue conocido como un hombre de gran fe. Pablo
dijo de él: "creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de
muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia
(Romanos 4:18). Esta fe, dijo Pablo, "le fue contada por justicia" (verso 22).
La fe de Abraham estaba puesta en algo mucho más
grande que él: en el Dios único. Lo que marca toda la diferencia es el objeto de
nuestra fe.
Señor,
quiero tener una fe fuerte en ti; no en mí mismo, ni en mis capacidades ni en
otros.
Nuestra fe es
buena si está puesta en la Persona correcta.
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