domingo, 16 de octubre de 2016

¡Cuidado!

No haga caso ahora mi señor de ese hombre perverso, de Nabal; porque conforme a su nombre, así es. Él se llama Nabal, y la insensatez lo acompaña; pero yo, tu sierva, no vi a los jóvenes que tú enviaste. 1 Samuel 25;25

Las siguientes advertencias se han encontrado en algunos productos:
«Sacar al niño antes de cerrarlo». (Coche de bebé).
«No suministrar oxígeno». (Máscara contra el polvo).
«No operar manos libres mientras conduzca». (Artefacto para teléfonos móviles llamado «Conduzca y hable»).
«Este producto se mueve al usarlo». (Motocicleta).
Una etiqueta de advertencia apropiada para el acaudalado Nabal podría haber sido: «Un tonto es el que hace tonterías» (ver 1 Samuel 25). Sin duda, actuó con imprudencia cuando le habló a David, quien, mientras huía de Saúl, lo había ayudado con sus ovejas, pero que ahora había enviado a diez de sus hombres para pedirle comida (1 Samuel 25;4-8).
La respuesta de Nabal fue más que descortés: «¿Quién es David […]? ¿He de tomar yo ahora mi pan, mi agua, y la carne […], y darla a hombres que no sé de dónde son?» (versos 10-11). Violó el código de hospitalidad de la época al no invitarlo a la celebración, insultarlo, faltarle al respeto y, en esencia, robarle al no pagarle por su trabajo.
En realidad, todos tenemos un poco de Nabal, ya que, a veces, somos imprudentes. La única solución es confesar a Dios este pecado. Él nos perdonará y nos enseñará cómo ser sabios.

Señor, dame un corazón íntegro, compasivo y sin egoísmo.
La sabiduría de Dios eclipsa nuestro egocentrismo.

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