Sin embargo, con el paso del tiempo, el calumniador se arrepintió del mal causado. De tal manera que, en busca de consejo, visitó a un hombre muy sabio, a quien le confesó:
-“Maestro: Quiero arreglar todo el mal que a través de mis calumnias, le propicié a un amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?”
-“Maestro: Quiero arreglar todo el mal que a través de mis calumnias, le propicié a un amigo. ¿Cómo puedo hacerlo?”
El sabio le contestó:
-“Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suéltalas una a una, por donde vayas”.
El hombre, muy contento por aquella tarea, a simple vista fácil, efectivamente tomó el saco con plumas y empezó a desparramarlas por el sector. Al cabo de un corto tiempo, terminó la tarea. Entonces regresó donde el sabio para decirle:
–“Bien, ésa era la primera parte. Ahora anda a la calle otra vez y llena nuevamente el saco, con las mismas plumas que desperdigaste”.
El hombre, un tanto desconcertado, fue nuevamente a cumplir la orden, pero muy pronto regresó entristecido argumentando que fueron muy pocas las plumas que pudo juntar. El sabio le dijo entonces:
-“Ahora ya entiendes: así como las plumas vuelan con el viento, el mal que hacemos vuela de boca en boca, permitiendo que el daño se esparza tanto que es difícil recogerlo. Lo único que te queda entonces es pedirle perdón a tu amigo. No hay forma de revertir una calumnia”.
Amables amigos: La lengua es una herramienta valiosa que el Señor nos ha proporcionado para ayudarnos a comunicarnos unos con otros. Pero igualmente es un arma poderosa que cumple una doble función: construir o destruir, dependiendo de la utilidad que le demos. Intentemos entonces usarla como instrumento de bendición, no de maldición, para edificar personas, no para destruirlas.
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