Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien… ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Romanos 7:18, 24
El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Lucas 19:10
El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Lucas 19:10
Sucedió a orillas del lago Ontario en Canadá. Un grupo de jóvenes jugaba en el agua, cuando de repente, uno de ellos que se había alejado imprudentemente de la orilla, sufrió un calambre. Jack, el profesor de natación y un amigo suyo, observaban la escena sin intervenir, a pesar de los signos evidentes de gravedad. Su amigo empezó a preocuparse y le dijo:
–¿No ves que ese joven se está ahogando?
–Claro que lo veo, y voy a rescatarlo. Jack, sin mucha prisa, se quitó su ropa y se echó al lago en el momento en que el chico parecía extenuado. Rápidamente socorrió al imprudente y lo llevó hasta la orilla.
Cuando estuvieron solos, su amigo le reprochó el riesgo que había corrido.
–Te equivocas. Si yo hubiese ido antes a su encuentro, ese joven se hubiese agarrado a mí y probablemente me hubiese hundido. Un hombre que se está ahogando solo puede ser salvado eficazmente, cuando está agotado y es incapaz de hacer el más mínimo esfuerzo para salvarse a sí mismo.
Así es como Dios tiene que actuar a menudo. Espera que alguien no tenga ya recursos y comprenda que es incapaz de salvarse a sí mismo. Cuando nos damos cuenta de que nuestro corazón es “engañoso… más que todas las cosas, y perverso” (Jeremías 17:9), dejamos de luchar por mejorarlo; entonces Dios puede y viene a ayudarnos. Él nos dice: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros” (Ezequiel 36:26).
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