Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria, pues si hubieran estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad. Hebreos 11:13, 16
El tabernáculo (o la tienda) del cual habla el apóstol es el cuerpo, el envoltorio del alma y del espíritu. Cuando el creyente muere, su cuerpo vuelve al polvo, y su alma es llevada por Jesús al paraíso, según la promesa que hizo al ladrón arrepentido (Lucas 23:43). Allí, descansando junto a Jesús, espera el glorioso día en el que se desplegará el poder de Jesús: resucitando a los muertos y transformando a los vivos, les dará un cuerpo nuevo, glorioso, el envoltorio definitivo de su alma. Ya no será una frágil y perecedera tienda, sino un edificio eterno. En esta nueva condición, todos los hombres salvos por la fe en Jesucristo vivirán para siempre en la casa del Padre.
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