miércoles, 14 de septiembre de 2016

El peligro de juzgar a la lijera

A la vecina de enfrente no se le podía negar que era una persona callada, cumplidora de sus deberes, que izaba la bandera nacional los días festivos, que jamás se la veía cuchichear; y de su casa, jamás salían gritos o ruidos que hicieran pensar en las grescas comunes de muchos hogares de la calle.
Resultado de imagen de El peligro de juzgar a la ligera–Yo la vi el domingo con la Biblia, comentó alguien, a lo que otro tertuliano agregó:– ¡Claro, es cristiana!, lo que explica por qué viste tan recatadamente–.
Unos y otros coincidían en asegurar que era buena persona. Ejemplar cuando se trataba de ayudar al prójimo. Entusiasta al saludar con un “Buenos días”, y generalmente cuidadosa a la hora de guardarse en su casa. Nunca se la vio después de las diez de la noche afuera.
Así las cosas, el comité de barrio no tuvo el más mínimo temor de tocar a su puerta cuando, próximos a la celebración de la Navidad, dispusieron poner luces de colores, engalanar la calle con adornos y pintar sobre la acera un enorme papá Noel con una bolsa desproporcionada de regalos en su espalda.
–¿Cómo se les ocurre?, expresó escandalizada. ¡Lo que faltaba! Una práctica tan impía no puede atraer mi participación. Para este tipo de actividades no doy un solo euro-, y se les quedó mirando furibunda, como si uno de los visitantes la hubiese animado a participar en un aquelarre de brujas.
Se retiraron sin decir una palabra, pero marcharon calle abajo preguntándose cuál sería la religión de la vecina, qué le impedía asociarse a sus vecinos y marginarse con actividades propias de una sociedad occidental. Sin duda, pensaron, es una fanática. “A tal iglesia no aspiraría ir jamás…”, murmuró alguien.

La mujer cerró la puerta, se recostó en la pared, miró al cielo, y dijo: Gracias, Dios mío, por librarme de prácticas mundanas…
Cuestionar a quienes nos rodean porque no asisten a la misma congregación que nosotros, o definitivamente siguen sin asistir a ninguna iglesia, no es otra cosa que juzgar, y esa es una prerrogativa que le corresponde únicamente a Dios. Y aún Él, con todo el poder, sigue y seguirá guardando misericordia hacia el pecador. La vecina del relato se apropiaba el derecho a señalar.
El Señor Jesús recomendó a sus discípulos: No juzguéis, para que no seáis juzgados.”(Mateo 7:1). Y plantea, de hecho, que no estamos en condición de señalar a los demás, llegando incluso a determinar si son o no pecadores.
En adelante, cuando le pregunten algo sobre alguien o le inviten a emitir un juicio, debe ser prudente y abstenerse de juzgar. No somos jueces, somos cristianos. Sin duda, una actitud de equilibrio le llevará a mejorar sus relaciones con los demás.


No hay comentarios:

Publicar un comentario