viernes, 19 de agosto de 2016

Loida y Eunice

trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también.” 2 Timoteo 1:5 
“... y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.” 2 Timoteo 3:15 

Loida y Eunice eran la abuela y la madre de Timoteo, uno de los discípulos más cercanos a Pablo. La Biblia dice que el padre de Timoteo era griego y su madre, Eunice, judía (Hechos 16:1). Ambas mujeres de nombre griego, profesaban el judaísmo y, después de llegar a los pies de Cristo, ambas ejercieron su influencia en Timoteo desde su más tierna infancia.

Timoteo significa “uno que honra a Dios” (timáo = honrar + theos= Dios) y, dado que en la antigüedad los nombres no se escogían al azar sino que tenían un significado en sí mismos, que Eunice escogiera este nombre nos muestra que era una mujer piadosa.

Timoteo y su familia procedían de la ciudad de Listra, una colonia romana que servía como lugar de mercado de Liconia, en el sur-centro de la Turquía moderna. Pablo predicó aquí en su primer viaje misionero (Hechos 14:6-22).

Pero fue en su segundo viaje cuando conoció a un hombre joven que había llegado a los pies de Cristo y que era devoto en su servicio al Señor: Timoteo (Hechos 16:1). Cuando Pablo salió de Listra, se llevó con Él a Timoteo, comenzando así una relación entre mentor y discípulo que llegaría al mundo entero.

Loida y Eunice, la abuela y la madre de Timoteo, eran creyentes pero su padre no. En el mundo romano el padre tenía total autoridad en el hogar, pero, aun así, ellas le guiaron a Jesús y, desde muy jóvenes, le inculcaron el temor y el amor a Dios, sentando las bases de su fe. Timoteo creció hasta convertirse en un gran hombre de Dios, en un siervo, llegando a ser pastor en la iglesia de Éfeso y uno de los discípulos más aventajados del apóstol Pablo.

Los padres y los abuelos tenemos el gran privilegio de poder pasar a nuestros hijos un legado eterno, mejor que cualquier herencia terrenal que podamos reunir: nuestra fe en Dios. Pablo dice sobre estas dos mujeres que tenían una “fe no fingida”, una fe genuina, una relación personal con Jesucristo que se evidenciaba por una vida transformada por y para Él y por la influencia que estas mujeres tenían en las personas a su alrededor.

Esta fe no fingida llevó a Loida y a Eunice a enseñar a Timoteo las Escrituras desde pequeño, desde que era un niño. Y lo mismo debemos hacer nosotros: ayudar a nuestros hijos y nietos en sus primeros pasos en la fe. Leer la Biblia con ellos, explicarles las partes que no entienden, enseñarles a orar y orar con ellos, llevarlos a la iglesia y hablarles de la importancia de congregarse, ayudarlos a aplicar la Biblia a sus vidas... ¡Esa es nuestra responsabilidad!

Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Deuteronomio 6:6-7
¿A qué se refieren estas palabras de las que hablan estos versículos de Deuteronomio? De la “Shemá”: Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas (Deuteronomio 6:5). Esta es la base de la fe judía, la base de nuestra fe: el amor a Dios. Jesús ampliaría después este mandamiento con el amor al prójimo (Mateo 22:37-39)

“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.” Proverbios 22:6

Instruir, enseñar, educar. Todos los días de nuestra vida, con nuestro ejemplo, con nuestras palabras, con nuestra forma de comportarnos, con la manera como vivimos nuestra propia relación personal con el Señor.

A veces damos demasiada importancia a la enseñanza secular de nuestros hijos. Queremos que sean hombres y mujeres de bien, preparados, y útiles a nuestra sociedad. Que estudien, que saquen buenas notas, que vayan a una buena universidad. Todo eso está muy bien, ¿pero qué hay de su vida espiritual? ¿Haces el mismo esfuerzo en su instrucción espiritual que en su preparación académica?

Hay un montón de familias que están en la iglesia porque una "abuelita" fiel fue sembrando la semilla en sus nietos desde pequeños. Incluso cualquier miembro de nuestra familia puede ser creyente gracias a la influencia de "su abuela". Y, como padres o madres, nuestros hijos pasan la mayor parte del tiempo con nosotros/as. Apartemos un tiempo cada día para hablarles de Dios, para abrir la Biblia con ellos y orar con ellos.
La mejor herencia que podemos dejarles a nuestros hijos es guiarlos a una relación personal con Cristo y ayudarlos a vivir su fe. Tomemos ejemplo de Loida y de Eunice y seamos abuelas y madres que instruyen a sus hijos y nietos en los caminos del Señor. No importa la edad que tengan tus hijos, nunca es demasiado pronto ni demasiado tarde para comenzar a sembrar en ellos la Palabra de Dios.

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