El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Juan 3:5.
Los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. 2 Corintios 5:15.
Los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos. 2 Corintios 5:15.
Un joven padre se pasea nerviosamente por el pasillo de la planta de maternidad. De repente oye un pequeño grito agudo y entrecortado en la sala de partos. ¡Su bebé ha nacido!
Todos hicimos nuestra entrada en el mundo de la misma manera. Jesús, el Hijo de Dios, también se sujetó a ello cuando, para salvarnos, se vistió de nuestra humanidad.
Pero, al lado de este nacimiento natural, el Señor habla de un nuevo nacimiento. Por medio de él el hombre recibe el Espíritu Santo y la vida eterna, pasando así a formar parte de la familia de Dios. ¿Qué hay que hacer para obtenerlo? Sencillamente aceptarlo como un don gratuito que Dios ofrece a aquel que se reconoce culpable ante Él.
La Biblia reconoce solo dos maneras de vivir:
La primera consiste en considerar la vida como un bien personal, un capital que uno puede gastar como quiera. Esta opción conduce a la muerte y al juicio (Hebreos 9:27).
La segunda consiste en vivir para Jesucristo, andando “como es digno del Señor, agradándolo en todo” (Colosenses 1:10). A esto me invita Dios si creo en Él. Como Él me amó primero, adquirió derechos sobre mis afectos, y así, apartado de mi propia voluntad que me conducía al desastre, le obedezco, porque lo amo. No se trata de una infeliz servidumbre, sino de una alegre respuesta a su divino amor.
La segunda consiste en vivir para Jesucristo, andando “como es digno del Señor, agradándolo en todo” (Colosenses 1:10). A esto me invita Dios si creo en Él. Como Él me amó primero, adquirió derechos sobre mis afectos, y así, apartado de mi propia voluntad que me conducía al desastre, le obedezco, porque lo amo. No se trata de una infeliz servidumbre, sino de una alegre respuesta a su divino amor.
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