jueves, 7 de julio de 2016

Poder En Tus Manos

Tenemos poder y autoridad para tocar, para acariciar, para trabajar, para levantar al caído, para sanar, para corregir, para guiar.
Jesús nos dejó el ejemplo usando sus manos para sanar a los ciegos, a los sordos, a los leprosos, a los endemoniados, a los que habían perdido la esperanza de sanidad, a los que estaban tristes. Con sus manos tocó a los niños y los bendijo, con sus manos extendidas en el Calvario, nos dio la mejor prueba de Su Poder para sanar, salvar y liberar a los cautivos.
Muchas veces usamos las manos para cosas indebidas, como castigos a los hijos de manera indebida o injusta. Tomamos lo que no es nuestro, señalamos los defectos de otros, acariciamos a quien no es debido, hacemos cosas para que no nos vean, etc., pero Dios quiere que esas manos con el potencial que tenemos sean usadas para su Gloria, y como dice Mateo 5:16: Así alumbre vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
Necesitamos ir a Dios con un corazón arrepentido y levantar nuestras manos a Él, implorando su perdón y ayuda como lo hizo la mujer de la Biblia que tenia flujo de sangre.
Y una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años y que había gastado en médicos todo cuanto tenía y no fue curada por nadie, se acercó a Jesús por detrás y tocó el borde de su manto, y al instante cesó el flujo de su sangre. Lucas 8:43,44.
Usa tus manos para tocar a Jesús. En medio de tus crisis puedes ir a Él, y por fe tócalo creyendo que para Él no hay nada imposible.
Hay poder en tus manos como la mujer de Proverbios. Una mujer que con voluntad trabajaba con sus manos. Aplicaba sus manos al huso y a la rueca. Alarga tu mano al pobre y extiende tus manos al menesteroso.
Usemos el poder en nuestras manos, imponiéndolas sobre otros clamando por su sanidad espiritual, emocional y física. Levantemos manos santas sin ira ni contienda y dejemos que el poder de Dios fluya a través de ellas.
Dios nos dice: Pecadores: limpiad las manos. Santiago 4: 8.

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