jueves, 7 de julio de 2016

¿Quién es el mayor?

“De cierto os digo: Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, es mayor que él.” Mateo 11:11
Al acercarse Jesús al Jordán para que Juan lo bautizara, éste le señaló: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? (Mateo 3:14) 
Juan el bautista envió a dos (2) de sus discípulos a preguntarle a Jesús: “¿Eres tú aquel que había de venir o esperamos a otro?” (Mateo 11:3) 
Después de un (1) año de encarcelamiento en la mazmorra de Maqueronte, en las montañas cerca del Mar Muerto, la duda se había apoderado de Juan. 
Me llamo "duda". Ando por la tierra con pasos silenciosos. 
Me introduzco inadvertidamente. Hablo en secreto. Vuelvo cobardes a los hombres. Paralizo el brazo pujante de los negocios y opaco la visión nítida del valiente.
Hago que los amigos se miren de reojo y escuchen detrás de la puerta.
Me insinúo como la compañera de la tristeza y el dolor, persuadiendo al alma a desconfiar de su mejor ancla de seguridad.
Obligo al cansado peregrino a arrojar su cayado. Me sitúo al lado del moribundo, y envolviéndome en negras sombras, las hago pasar por encima de su cabeza.
Imprimo a la voz de la verdad un sonido incierto y obligo a quienes moran en el templo de la fe a desconfiar de sus fundamentos.
Visito las tumbas recién abiertas, persuadiendo a aquellos que han dado su último adiós a sus amados a creer que nunca más se volverán a ver.
Tengo dos hermanas que andan bien vestidas: la desesperación y la incredulidad.
Jamás sonríen, voy siempre delante de ellas. Nunca avanzan sin que yo se lo indique.
Me alimento de lo más exquisito de la vida. Soy la suprema destructora de las cosas. 
Pedro, al estar caminando sobre las aguas, comenzó a hundirse y Jesús le dijo: “¿Por qué dudaste?” (Mateo 14:31). 
Los mismos discípulos al despedirse Jesús de ellos para ascender al cielo, señala Mateo: “Cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban” (Mateo 28:17) 
Hay que recordar que Elías, aunque La Biblia no señala que dudó, después de haber hecho descender fuego en el Monte Carmelo, se atemorizó al recibir de Jezabel el mensaje de que le iba a cortar la cabeza. Elías se fue al desierto a dejarse morir, (1 Reyes 19:1–4) 
El nacimiento de Juan el bautista fue anunciado de una forma extraordinaria por el ángel Gabriel a su padre Zacarías. Gabriel le dijo a Zacarías: "que Juan sería lleno del Espíritu Santo, aún desde el vientre de su madre” (Lucas 1:15) Zacarías, perturbado, tal vez dudando, fue dejado mudo desde aquel momento hasta que Juan nació y fue circuncidado.
La predicación de Juan en el desierto fue fuerte. Tal vez pueda ser resumida de esta manera: “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego.” (Lucas 3:9) 
Mientras Juan estaba proclamando ese fuerte mensaje, Jesús se acercó para ser bautizado por él. La reacción de Juan fue señalarle: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? (Mateo 3:14) Jesús le respondió: “Deja ahora, porque así conviene que cumplamos con toda justicia.” (Mateo 3:15) Luego, según Mateo,“los cielos le fueron abiertos y Jesús vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos que decía: Éste es mi hijo amado, en quien tengo complacencia.” (Mateo 3:16b,17) 
La Biblia guarda silencio sobre cualquier otro contacto entre el ministerio de Juan y el ministerio de Jesús, hasta que el bautista no envía a sus dos (2) discípulos a preguntarle al Señor: “¿Eres tú aquel que había de venir o esperamos a otro?” (Mateo 11:3) 
Cuando Juan envía a estos dos (2) discípulos a hacerle esta pregunta a Jesús, estaba preso en la mazmorra de Maqueronte, en las montañas cerca del Mar Muerto. Su delito: denunciar la conducta inmoral de Herodes que había seducido y tomado por mujer a Herodías, la esposa de su hermano. Juan sabía que sus días estaban contados. 
¿Qué llevó a Juan a mandar a hacer esta pregunta? 
Al responder la pregunta, Jesús hace una afirmación: “bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí” (Mateo 11:6) 
Los judíos esperaban un Mesías muy diferente al que Jesús estaba encarnando.
Juan, aparentemente esperaba que aquel que al cual le estaba preparando camino viniera con un mensaje similar al que él predicaba. Ahí estaba el inicio de su duda. Muchas veces las expectativas espirituales que tiene un creyente se interponen entre él y lo que está Dios haciendo. 
Es interesante la forma en que Jesús responde la pregunta. Jesús no comenzó a presentar una serie de argumentos. Jesús respondió con una serie de acciones que evidenciaban que Él era el mesías: 1) los ciegos ven, 2) los cojos andan, 3) los leprosos son limpiados, 4) los sordos oyen, 5) los muertos son resucitados, y 6) el evangelio es anunciado a los pobres. 
Al ser decapitado Juan por orden de Herodes, Jesús no había subido aún a la Cruz, ni tampoco se había levantado de la tumba, por eso aunque es el mayor entre los nacidos de mujer, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor es que él. 
“Dios, habiendo hablado muchas  veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo”(Hebreos 1:1,2). La palabra que mejor describe la naturaleza de Dios es la palabra amor. Jesús es la encarnación del amor. 
Una vieja historia sobre la conversión de un oriental al cristianismo señala lo siguiente: 
“Estaba caído en un pozo, casi ahogado por el barro, clamando que alguien me ayudara. En eso apareció un anciano de aspecto venerable que miró desde arriba y me dijo:
-Hijo, este lugar es muy desagradable.
-Sí que lo es. ¿No puede usted ayudarme a salir?
-Hijo mío, me llamo Confucio, Si hubieses leído mis obras y seguido lo que ellas enseñan, nunca hubieras caído en el pozo. Y con eso se fue.
Pronto vi que llegaba otro personaje, esta vez un hombre que cruzaba los brazos y cerraba los ojos. Parecía estar lejos, muy lejos. Era Buda y me dijo:
-Hijo mío, cierra tus ojos y olvídate de ti mismo. Ponte en estado de reposo. No pienses en ninguna cosa desagradable. Así podrás descansar como descanso yo.
-Sí, padre, lo haré cuando salga del pozo. ¿Mientras tanto? … Pero Buda se había ido.
Yo ya estaba desesperado cuando se presentó otra persona, muy distinta. Llevaba en su rostro las huellas del sufrimiento, y le grité:
-Padre, ¿puedes ayudarme?
Y entonces bajó hasta donde yo estaba. Me tomó en sus brazos, me levantó y me sacó del pozo. Luego me dio de comer y me hizo descansar, Y cuando yo ya estaba bien no me dijo “No te caigas más,” sino “Ahora andaremos juntos.” Y desde entonces andamos juntos. Ese era Jesucristo. 
En una ocasión Jesús le dijo a sus discípulos: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mateo 20:25–28) 
Pablo le escribió a los filipenses: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”(Filipenses 2:5–8) 
¿Quién es el mayor? Aquel que ha conocido personalmente el amor de Dios en Jesucristo y encarna ese amor sirviendo a los demás.

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