sábado, 9 de julio de 2016

Paralelismo

Para que un depredador tenga éxito en un ataque deberá primero identificar plenamente a la presa. Un ataque dirigido a una presa poco clara o difusa le traerá como consecuencia un inútil desgaste de energía. El acecho, la elección y la clara identificación del individuo son pasos previos fundamentales para lograr el objetivo.
Las presas lo saben y es por eso que esconderse, camuflarse y confundir al depredador es su preocupación diaria por la subsistencia. Pero, ¿dónde esconderse cuando no hay más que agua?, ¿cómo esconderse cuando el paisaje no presenta escondites? Un pez de arrecife podrá copiar los colores del coral, pero los peces de mar abierto viven donde el coral no llega, donde no hay más que otros peces.
La única opción entonces es que el individuo se esconda entre miles de otros individuos. El compacto banco de peces ofrece la mejor solución. Peces iguales, del mismo color, de parecidos tamaños, moviéndose al unísono. ¿Cómo podrá el depredador individualizar a su posible víctima entre miles?
Desde que las guerras existen los hombres aprendimos este principio. Un combatiente con una casaca roja sería un blanco perfecto y llamativo, salvo que todos los demás vistan la misma casaca.
Uniformar es confundir, misma ropa, mismo corte de pelo, seleccionados por tamaño; hacer desaparecer al individuo dentro de miles de individuos que se mueven al unísono impide fijar un blanco, impide elegir una víctima y darle muerte.
La única forma, entonces, no es atacar al individuo sino al super-organismo, no es atacar al pez sino atacar al banco completo. Muchos animales como los delfines, los tiburones y los seres humanos se han especializado en esta práctica con excelentes resultados, diezmando grupos compactos hasta casi hacerlos desaparecer.
Para cada defensa hay un nuevo ataque y un nuevo ataque requiere una nueva estrategia. Precisamente, la agrupación de machos y hembras en un banco de peces hacen mucho más efectiva la reproducción, porque es más fácil desovar en un banco que en un arrecife, donde primero ha de producirse el encuentro entre un macho y una hembra.
Y ante una mayor reproducción se requiere el crecimiento acelerado del individuo, para lograr alcanzar rápidamente el tamaño adecuado a sus compañeros de marcha. No importa cuán devastado haya sido el grupo ya que pronto volverá a aumentar el número de ejemplares, hasta volver a ser atacados y volver una vez más a la veloz recuperación numérica.
Los humanos nos construimos una piel intercambiable a la que llamamos “vestimenta”, que podemos cambiar a nuestro gusto y en base a nuestras necesidades. Podemos decidir si pasar desapercibidos siendo uno más en la manada, o llamar la atención de nuestros congéneres.
Podemos ser depredador o presa, confundir o engañar a nuestro antojo. Utilizar nuestra inteligencia para adaptarla en beneficio de nuestra propia supervivencia, el más ancestral de los instintos, hasta manejarlo a nuestro antojo aunque no sepamos muy bien por qué lo estamos haciendo…
Existe un paralelismo entre cómo se resguardan los animales para su protección y cómo debemos actuar los creyentes bajo la sombra de la Iglesia, como Cuerpo de Cristo, para poder contrarrestar los ataques del enemigo. Necesitamos vivir, funcionar y operar unidos como Pueblo de Dios, porque cuando estamos unidos, al enemigo le cuesta más derrotarnos.
Y esfuércense por cumplir fielmente el mandamiento y la ley que les ordenó Moisés, siervo del Señor: amen al Señor su Dios, condúzcanse de acuerdo con su voluntad, obedezcan sus mandamientos, manténganse unidos firmemente a él y sírvanlo de todo corazón y con todo su ser. Josué 22:5
Tan prendidos están uno del otro, tan unidos entre sí, que no pueden separarse. Job 41:17

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