Señor, yo sé que por tu fidelidad me afligiste. Salmo 119:75
Durante la Segunda Guerra Mundial, mi padre sirvió en el ejército estadounidense en el Pacífico Sur. En esa época, rechazaba cualquier idea religiosa, declarando: "No necesito ninguna muleta". Sin embargo, llegó el día en que su actitud hacia las cuestiones espirituales cambiaría para siempre. Mi madre estaba a punto de dar a luz a su tercer hijo, y aquella noche mi hermano y yo nos fuimos a acostar entusiasmados por conocer a un nuevo hermanito. Cuando me levanté a la mañana siguiente, le pregunté ansioso a papá: ¿Es un varón o una nena? Me respondió: "Era una niña, pero nació muerta". Lloramos juntos y lamentamos nuestra pérdida.
Durante la Segunda Guerra Mundial, mi padre sirvió en el ejército estadounidense en el Pacífico Sur. En esa época, rechazaba cualquier idea religiosa, declarando: "No necesito ninguna muleta". Sin embargo, llegó el día en que su actitud hacia las cuestiones espirituales cambiaría para siempre. Mi madre estaba a punto de dar a luz a su tercer hijo, y aquella noche mi hermano y yo nos fuimos a acostar entusiasmados por conocer a un nuevo hermanito. Cuando me levanté a la mañana siguiente, le pregunté ansioso a papá: ¿Es un varón o una nena? Me respondió: "Era una niña, pero nació muerta". Lloramos juntos y lamentamos nuestra pérdida.
Jesús no es una muleta para los débiles. Es la fuente de una nueva vida, ¡la espiritual! Cuando estamos deshechos, Él puede restaurarnos y sanarnos (Salmo 119:75).
Señor, te entrego mis angustias. Restáurame una vez más.
El quebrantamiento puede llevar a una vida plena.
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