En ti, oh Señor, he confiado; no sea yo confundido jamás; líbrame en tu justicia. Inclina a mí tu oído, líbrame pronto; sé tú mi roca fuerte, y fortaleza para salvarme. Salmo 31:1-2
Ciertas regiones de nuestro planeta se ven afectadas de forma endémica por graves terremotos. Todos recordamos el terrible seísmo de marzo del 2011 en Japón y sus consecuencias catastróficas. Hace algunos años, los científicos publicaron el "Mapa Mundial de Estrés". Esta obra, regularmente actualizada, informa sobre las fuerzas que están detrás de los movimientos de la corteza terrestre, en más de 14.000 lugares del planeta. ¿Qué revela este estudio? En muchas partes del mundo, los riesgos de terremotos son previsibles, y ciudades de varios millones de habitantes están en zonas muy críticas.
Esto nos asusta, y frases como "no hay riesgo de que eso nos suceda", son cada vez menos realistas. En esta situación, los cristianos no ocupan un lugar privilegiado. Dios no les garantiza que serán guardados de las calamidades. Sin embargo, la promesa de su Señor tiene más valor que la seguridad circundante. Jesús afirma: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).
El creyente, aquel que pertenece a Dios mediante la fe en Jesucristo, tiene esta seguridad en sus manos, incluso si viene la muerte. “El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”, dijo Jesús (Juan 11:25). Durante su vida, también en cada tempestad, el cristiano ve la mano de Dios que lo libra de grandes peligros. ¡Nunca está solo! ¡Esta es la promesa de Dios!
“Estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé” (Josué 1:5).
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