En ti, oh Señor, he confiado; no sea yo confundido jamás; líbrame en tu justicia. Inclina a mí tu oído, líbrame pronto; sé tú mi roca fuerte, y fortaleza para salvarme. Salmo 31:1-2

Esto nos asusta, y frases como "no hay riesgo de que eso nos suceda", son cada vez menos realistas. En esta situación, los cristianos no ocupan un lugar privilegiado. Dios no les garantiza que serán guardados de las calamidades. Sin embargo, la promesa de su Señor tiene más valor que la seguridad circundante. Jesús afirma: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).
El creyente, aquel que pertenece a Dios mediante la fe en Jesucristo, tiene esta seguridad en sus manos, incluso si viene la muerte. “El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá”, dijo Jesús (Juan 11:25). Durante su vida, también en cada tempestad, el cristiano ve la mano de Dios que lo libra de grandes peligros. ¡Nunca está solo! ¡Esta es la promesa de Dios!
“Estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé” (Josué 1:5).
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