jueves, 19 de mayo de 2016

El hijo pródigo en la actualidad

Don Abimael era un señor con mucho dinero que, junto a su piadosa esposa, tenía una gran reputación en el pueblo donde vivía. Incluso algunas aldeas vecinas sabían de la importancia de este hombre. Tenía dos hijos Juan y Carlos. Juan tenía 25 años y Carlos 17. El menor decidió, por influencia de sus compañeros de universidad en su primer año, decirle a su padre que quería que le diera su parte en la herencia.
Y llegó el día en que su padre lo confrontó: hijo, es una locura lo que me pides, las herencias son entregadas al morir el dueño, y en este caso tú no necesitas una herencia, me tienes a mí. Disfruta de mi presencia, o mejor dicho, disfrutémonos como familia. Sin embargo, Carlos le dijo: papá, solo quiero la parte que me corresponde, no me importa compartir con vosotros pero quiero vivir mi vida, tengo derecho a hacerlo.
Don Abimael, muy triste le dijo: – Está bien hijo, no te preocupes, te daré la parte que tenía designada para ti.
Se hicieron las cosas legalmente, el abogado hizo su trabajo, y su hermano mayor le dijo al menor: – ¿qué es lo que haces Carlos? Estás renegando de tu propia familia, ¿por qué haces esto? No seas tonto, reconsidera lo que estás a punto de hacer, nuestros padres nos han dado todo, solo nos queda servirles y cuidar de ellos en su vejez. Carlos le interrumpió y dijo: Tú lo haces porque eres un interesado, por eso quieres estar aquí. Eres el primero que debió salir de casa y aprender más de la vida, y yo quiero saber lo que es la vida y así poder valerme por mí mismo.
Juan le dijo: -pero hermano, para salir de casa debes hacerlo bien preparado, ¿no ves que aquí tienes todos los recursos para hacer lo que quieras? Debes aprender a vivir con los recursos propios, hacer que esto continúe adelante y no tomar tu parte egoístamente.
Carlos dijo enfáticamente: -mi decisión está tomada, ni tú, ni mis padres me harán retroceder de mi pensar, déjame vivir mi vida.
Fue así como Carlos vendió los terrenos que le tocaban, y sus tractores fueron vendidos también. Vendió sus vacas y sus parcelas de tierra. Juntó mucho dinero y lo depositó en el banco, y el banco lo persuadió para que retuviera sus tarjetas de crédito, y así no gastara su dinero tan fácilmente si lo hacía con inteligencia, y no tenía que andar con dinero en efectivo. Esta idea le pareció fascinante a Carlos. Fue así como adquirió un vehículo último modelo de la agencia, y sus nuevos amigos hasta le hacían coro en la universidad. Todos los días los invitaba a comer deliciosos y caros platos, y además todos ellos iban a las discotecas, contrataban a mujeres a las que pagaban servicios sexuales a domicilio... En fin, todo con esa facilidad que sus amigos le indujeron, y le dijeron que el dinero era para disfrutarlo.
La vida licenciosa de Carlos fue creciendo en gran manera, pasaba de sus clases ya que tenía amigos que le conseguían los exámenes con el dinero pagado por Carlos, y así fue pasando sus clases. Cuando Carlos fue al banco para resolver un problema de su tarjeta que no le daba ya más dinero, y fue a reclamar, le dijeron: disculpe joven, pero más bien Ud. nos debe a nosotros. El dinero que usted ha gastado en todo este tiempo es enorme, y el banco le ha ido debitando en sus cuentas, así como usted firmó en el contrato, pues usted mismo dijo que no quería venir a estar pagando, que todo lo debitáramos en su cuenta ¿lo recuerda?
Bueno, ahora ya no tiene crédito, y usted debe pagar ciertos intereses de la última cuenta que tuvo. Carlos cayó en la cruda realidad, y de esa forma sus “amigos” no querían estar más con él. Fue a buscar empleo a la hacienda de un ganadero que tenía también porquerizas, y éste le dijo: mire joven, aquí es necesario que me cuiden a mis cerdos, y los quiero lo más limpios posibles, aunque yo sepa de sobra que los cerdos son sucios, pero ese será su nuevo trabajo.
Carlos, se vio sin estudios, y ahora no podía hacer más fraude en ellos, pagaría cada mal proceder de aquel gran despilfarro y desagradecimiento que había hecho. Mientras, andaba por las porquerizas con sus sandalias, pues no tenía para poder comprar botas de hule, ya que su nuevo patrón no miraba las necesidades de sus empleados, solo veía lo que podían darle en su hacienda.
Un día Carlos tenía tanta hambre que sentía que se desmayaba, y quiso comer de la comida de los cerdos. Cuando se iba a comer el primer bocado, el capataz de dicho lugar lo encontró y le dijo: – ni lo pienses jovencito, esa es la comida de los cerdos, ellos deben engordar aunque tú te pongas flaco, pero no puedes mezclar las cosas. Lo que es de los animalitos es de ellos, para eso estoy aquí, para velar que todo esté en orden.
Carlos ahora comprendió la bondad de su padre, a quien había menospreciado y además pedido su herencia, o sea, ahora no tenía ni donde caerse muerto.
En ese momento, al irse el capataz, se arrodilló allí mismo, en esa porqueriza y dijo: Padre todopoderoso, te ruego que me concedas la oportunidad de ir a mi papá y me reciba, estoy muriendo de hambre, he gastado todo lo que era mío, y lo desperdicié en amigotes, sexo, alcohol, droga, vanidades, lujurias, y todos los placeres que quise de la vida, los habidos y por haber, y ahora vivo en la ruina y nadie quiere ayudarme. Todos a los que yo ayudé o alimenté me han dado la espalda, no soy digno de que me reciban, y lo único que llevo es mi ser arrepentido.
Este joven, con la cara envejecida por tanto derroche en su vida, al cual su tarjeta de crédito ya le estaba cobrando también sus altos intereses quitándole la paz, con su rostro demudado, con caries en los dientes por no tener ni siquiera para su pasta dental, sin zapatos y con unos pantalones cortos remendados por él mismo, camisetas raídas por el tiempo, se veía obligado a volver a casa.
Llegó después de "hacer dedo" y caminar otras distancias, sediento y con bronquitis crónica, tosiendo durante todo el camino con flemas verdes, tal que la gente al verlo le decía: oiga muchacho, vaya a un médico o por lo menos a un centro de salud. Lo que la gente no sabía es que de esos centros públicos ya había sido echado precisamente por tener apariencia de mendigo, y le decían que allí no regalaban el dinero.
Carlos pensaba en su interior: vivir en lo más bajo de la vida nos enseña el alto coste que tiene el vivir la baja vida. ¿Por qué tuve que desobedecer a mi padre?, ¿por qué? Ahora regreso expuesto a que él decida si me recibe o no, es su opción, pues ya me ha entregado todo lo mío cuando aún no me correspondía. Eso significa que si ya me dio lo mío, ¿qué puedo esperar de él? Solo quiero trabajar para él y ganar mi comida diaria.
Pero al llegar frente a la residencia familiar, un empleado lo vio y lo reconoció, y fue a llamar al padre para ver qué debían hacer con el joven ahora envejecido. El padre llegó corriendo, y al verlo tan andrajoso y harapiento le abrazó. Carlos le abrazó también, y le dijo: Papá, no soy digno de ti, solo te pido que me des trabajo, que me trates como a tus trabajadores, puedo hacer el trabajo solo por la comida que me des y el techo. No me llames tu hijo, seré tu esclavo.
El padre, feliz por su nueva actitud y por estar a salvo, envió a todos sus empleados a hacer fiesta por su hijo perdido, que se encontró de nuevo con una mejor actitud y con deseos de no ser nunca más un rebelde. Ese día mataron dos vacas y la fiesta empezó, su hermano mayor supo de la venida de su hermano pequeño, y se acercó a él, ya bañado, afeitado, vestido con ropas nuevas. Parecía el Carlos de antes, solo que con más humildad. Juan, lejos de felicitarlo o alegrarse, le dijo: qué barbaridad lo que has hecho, y ahora ¿vienes de nuevo para quitarme lo que es mío? Y a su padre, ¿por qué has recibido a éste que se llamaba mi hermano, que malgastó tu dinero en mujeres y placeres del mundo, y me dejó abandonado trabajando aquí?, ¿tú, papá, que nunca has hecho algo para mí y mis amigos, ni siquiera un corderito, y además le has puesto ropa de la mía?
Esto es absurdo papá, ¿qué es lo que te pasa, te has vuelto loco?
El padre pasó frente a ellos y los invitados, y dijo con el micrófono: este día es un día especial y no dejaré que nadie lo arruine. En primer lugar tú, Juan, quiero que sepas que el padre aquí soy yo, ustedes son mis hijos, y yo soy primero que ustedes. Vuestra madre ha estado triste desde que se fue Carlos, y ahora el gozo a vuelto a ella, pero yo, como cabeza del hogar, soy quien decido si alguien entra o no, y he decidido que tu hermano entre y tenga los privilegios que tú tienes, solo que ahora él debe demostrar su arrepentimiento con sus hechos y acciones.
La diferencia entre tú y él es que él fue a vagar al mundo, y es una dicha que haya regresado y con vida. A pesar de ello viene con su corazón dispuesto y arrepentido, ya sabe lo que es el precio y el valor de las cosas al haber perdido todo, incluso hasta su propia dignidad por su falta de sabiduría y cordura. Sin embargo, él no vino aquí exigiendo su puesto de hijo, al contrario, vino pidiendo solamente ser un trabajador más, y ante esa actitud de verdadero arrepentimiento, he decidido hacer lo que ya has escuchado. Así que, quiero que todos sepan que no importa lo que mi hijo hizo y a quién dejó en casa. Supimos de su estado debido a su decisión tomada, y ahora su mezquindad lo hace pensar así.
En cuanto a tu pregunta sobre compartir con tus amigos, tú tienes todo para invitar a tus amigos y no lo haces porque no quieres, pues sabes muy bien que todo lo mío es tuyo. Ahora bien, tu actitud es parecida a la actitud de Carlos cuando se fue, lo que te hace estar en su misma posición y también podría destronarte de mi presencia; así que recibe a tu hermano con el único ingrediente que te hará parecer a mí, que es el amor. Recuerda que sin este ingrediente no puedes ser merecedor de nada, y sin él, tampoco puedes hacer que otros tengan una nueva oportunidad o sean mejores personas. Recuerda, solo el amor hace que seas diferente a los que no lo tienen, por tanto tu hermano sigue siendo tu hermano y sigue siendo mi hijo. Su arrepentimiento lo hace aún más merecedor de ser mi hijo que tu soberbia, tú no sabes todo lo que ha pasado en el mundo en el que vivió.
Pregúntale a tu hermano sus vivencias, y sabrás que él está con deseos de no salir nunca de aquí, y tú tienes aún eso dentro de ti, de que si se le ha ocurrido salir para saber que hay allá afuera, aún hay tiempo, pero dudo que regreses con vida. La misericordia trajo a tu hermano por su corazón arrepentido, no porque mereciera regresar con vida.
“…En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo….” Juan 16:33
Muchas personas que están en el redil, se molestan al ver a aquellos que antes pululaban en el pecado y ahora están bajo la gracia, ya que fueron rescatados por la misericordia. Su soberbia y falta de empatía les hace ser aún más groseros con los que vienen llegando de afuera, de un mundo lleno de aflicción y oprobio, donde la muerte eterna está a las puertas todos los días.
Debemos tener un corazón más sensible con aquellos que vienen de ese mundo sin esperanza, y ahora han decidido engrosar la fila del Rey de Reyes con un corazón contrito y humillado; ahora son los que dan más honra y gloria por sentir habérseles perdonado mucho, y por eso ahora amar mucho.

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