miércoles, 4 de mayo de 2016

Los hijos y la Antorcha

¿Hay un período de tiempo mágico en el que los hijos se hacen responsables de sus propias acciones?
¿Hay un momento maravilloso, en el que los padres nos convertimos en meros espectadores en la vida de nuestros hijos?, ¿en el que nos encogemos de hombros y decimos:
“Es su vida”, sin sentir nada?...
... Cuando contaba con 20 años estaba en el pasillo de un hospital, esperando a que los doctores pusieran unos puntos en la cabeza de mi hijo y pregunté:
¿”Cuándo dejaré de preocuparme”?
La enfermera dijo:
¡Cuando salgan de la etapa de accidentes!
Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.
Cuando contaba con 30 años, me senté en una pequeña silla en la clase y escuchaba cómo uno de mis hijos hablaba incesantemente, interrumpiendo la clase y moviéndose continuamente.
Casi como si me hubiera leído la mente, la maestra me dijo:
¡”No se preocupe, todos ellos pasan por esta etapa, y luego usted podrá sentarse tranquila… relajarse y disfrutarlos”!
Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.
Cuando contaba con 40 años, me pasaba la vida esperando que el teléfono sonara…
…que los coches llegaran a casa… 
…que la puerta de casa se abriera.
Entonces una amiga me dijo:
"¡No te preocupes, en unos años vas a poder dejar de preocuparte. Ellos ya serán adultos”.
Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.
Ya con 50 años, estaba cansada y harta de ser vulnerable.
Todavía me estaba preocupando por mis hijos, pero también se notaba una arruga nueva en mi frente, aunque no podía hacer nada acerca de ello…
Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.
Yo continué angustiándome con sus fracasos, apenándome por sus tristezas y absorbida en sus decepciones.
Mis amigos me decían que cuando mis hijos se casaran yo iba a poder dejar de preocuparme y llevar mi propia vida.Quería creerles, pero me asaltaba el recuerdo de la cálida sonrisa de mi mamá y su ocasional:
“Se te ve pálida hija, ¿estás bien? ¿Estás deprimida por algo?”
¿Puede ser que los padres estemos sentenciados a una vida de preocupaciones?
¿Es que la preocupación por nuestros hijos se entrega como una antorcha de unos a otros, para que arda en el camino de las fragilidades humanas y el miedo a lo desconocido?
¿Es la preocupación una maldición, o es una virtud que nos eleva a lo más alto de la condición humana?
Un día, uno de mis hijos se irritó conmigo.
Me dijo: ¿Dónde estabas?
¡T
e estoy llamando desde ayer y nadie me responde!
¡Estaba muy preocupado…!
Y yo solo sonreí y no dije nada.
¡La antorcha había sido entregada!

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