domingo, 29 de mayo de 2016

El Sacerdote que encontró a Cristo

Me parece oportuno repetir esta publicación:
Nací en Venecia, al norte de Italia, el 22 de marzo de 1917. A la edad de 10 años fui enviado a un seminario católico romano, en Piacenza; después de 12 años de estudio, recibí la ordenación al sacerdocio, el 22 de octubre de 1939.
Dos meses después el Cardenal R. Rossi, mi superior, me envió a América como sacerdote asistente de la nueva iglesia italiana. Mi único anhelo y ambición era complacer al papa.
Fue un domingo, en febrero del año 1944, cuando por casualidad, sintonicé un programa religioso. Mi teología fue violentada por un texto que oí. “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo.” ¡Así que, pensé, ¡vaya!, ¡no es pecado contra el Espíritu Santo creer que uno es salvo!
Recientemente me había convertido, y mi mente ya estaba llena de dudas en cuanto a la religión romana. Comencé a preocuparme más de las enseñanzas de la Biblia que de los dogmas y bulas del papa. Entre tanto, personas pobres me pagaban cada día de 5 a 30 dólares por 20 minutos de Misa, porque prometía librarles las almas de sus familias del fuego del Purgatorio. 

Pero cada vez que yo veía el crucifijo grande sobre el altar, me parecía que Cristo me reprendía diciéndome: “Tú estás robando dinero de gente pobre y trabajadora por medio de falsas promesas. Enseñas doctrinas contra mis enseñanzas. Las almas de los que creen no van a un lugar de tormento, porque Yo he dicho: “Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante, mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos; porque sus obras con ellos siguen” Apocalipsis 14:13.  Continuaba, “Yo no necesito repeticiones del sacrificio de la cruz, porque mi sacrificio fue completo. Mi obra de salvación fue perfecta y Dios la sancionó levantándome de entre los muertos. “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.” (Hebreos 10:14) “Si vosotros los sacerdotes y el Papa tenéis poder para librar las almas del purgatorio con misas e indulgencias, ¿por qué esperáis hasta recibir una ofrenda? Si veis un perro quemándose en el fuego, ¿esperáis a que el dueño os traiga 5 dólares para sacar el perro de allí?”...
En esos momentos, en misa, no podía debatir con el Cristo en el altar.

Cuando yo predicaba que el papa era el vicario de Cristo, el sucesor de Pedro, la infalible roca sobre la cual Cristo edificó su Iglesia, una voz parecía reprenderme y decirme: “Tú viste al papa en Roma; su enorme y riquísimo palacio; sus guardias; los hombres besándole los pies. ¿Crees en verdad, que él me representa? Yo vine a servir a la gente; yo lavé los pies de los hombres; no tuve donde reclinar mi cabeza. Mírame en la cruz. ¿Crees en verdad, que Dios ha edificado su iglesia sobre un hombre, cuando la Biblia dice claramente, que el vicario de Cristo sobre la tierra es el Espíritu Santo y no un hombre?  (Juan 14.26)
“Esa roca fue solo Cristo. Si la iglesia romana está edificada sobre un hombre, entonces no es MI iglesia.”

Yo todavía predicaba que la Biblia no es suficiente norma de fe, y que nosotros necesitamos la tradición y los dogmas de la iglesia para comprender las escrituras.
Pero entonces, una vez más, una voz dentro de mí me decía: “Tú predicas en contra de las enseñanzas de la Biblia; tú predicas necedades. Si los cristianos necesitan un papa para comprender las Escrituras; ¿qué necesitan para comprender al papa? Yo he condenado la tradición porque todos pueden comprender sin ella lo que es necesario para la salvación personal. La Biblia dice: Estas cosas son escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.” Juan 20:31

Yo también enseñaba a mi pueblo que fueran a María y a los santos, en lugar de ir directamente a Cristo. Pero una voz dentro de mí preguntaba: “¿Quién, estando en la cruz, te salvo? ¿Quién pagó tus deudas derramando su sangre? ¿María?, ¿los santos?, o ¿Yo, Jesús? Tú y muchos otros sacerdotes, no creéis en los escapularios, en las velas,... pero continuáis teniéndolas en las iglesias porque decís que la gente sencilla necesita cosas sencillas que les recuerden a Dios. Los tenéis en vuestras iglesias porque son una buena fuente de dinero, pero yo no quiero ninguna clase de mercancías en mi iglesia.

Pero donde mis dudas verdaderamente me atormentaban era dentro del confesionario. La gente venía a mí y se hincaba de rodillas, confesándome sus pecados. Y yo, con una señal de la cruz, les decía que tenía el poder de perdonarles sus pecados. Yo, un pecador, un hombre, me ponía en el lugar de Dios, tomaba el derecho de Dios,... y esa voz terrible penetraba en mí y me decía: “Tú estás robando a Dios su gloria. Si los pecadores quieren obtener el perdón de sus pecados, tienen que ir a Dios y no a ti. Es la ley de Dios la que han violado.” A Dios, pues, deben hacer su confesión; a Dios únicamente deben orar pidiendo perdón. Ningún hombre puede perdonar pecados, sino solo Jesús. Mateo 1:21 dice: “Llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”
“Porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en que puedan ser salvos.” (Hechos 4:12) “Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, JESUCRISTO hombre.” (1 Timoteo 2:5)

Como consecuencia, no pude permanecer más en la iglesia católica romana porque no podía servir a dos maestros, al papa y a Cristo.
No podía creer en dos enseñanzas contradictorias, la tradición y la Biblia. Tuve que escoger entre Cristo y el papa; entre la tradición y la Biblia. He escogido a Jesús y la Biblia.
Dejé el sacerdocio romano y la religión romana en 1944, y ahora he sido dirigido por el Espíritu Santo a evangelizar a los católicos romanos y a pedir a los cristianos que testifiquen ante ellos sin temor, en el nombre de Cristo.

 

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