sábado, 9 de abril de 2016

¡Arrojo la toalla…no puedo más!

Esforzaos y sed valientes; no temáis, ni tengáis miedo de ellos; porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará ni te desamparará. (Deuteronomio 31: 6)
Durante diez años, Tomás Edison intentó construir una batería de almacenamiento de cargas eléctricas. Sus esfuerzos acabaron en gran medida con sus finanzas.
Cuentan sus biógrafos que en Diciembre de 1914, cuando Tomás ya no era precisamente un joven, se produjo un incendio espontáneo en su estudio. En unos minutos todos los compuestos empaquetados, discos, cintas y otras sustancias inflamables, ardieron en llamas.
Y aunque los bomberos vinieron de ocho pueblos circundantes, el intenso calor y la poca presión de agua, hicieron inútil el intento de apagar las llamas.
Todo quedó destruido. El daño sobrepasaba los dos millones de dólares; los edificios de cemento, considerados como construidos a prueba de fuego, estaban asegurados apenas por la décima parte de esa cantidad.
Charles, el hijo del referido inventor, buscó con desesperación a su padre de sesenta años,  temeroso de que la confusión, el desaliento o la depresión dañaran su ánimo. Sin embargo, lo encontró contemplando el fuego con una pasmosa y admirable serenidad.
A la mañana siguiente, Tomás Edison, mientras observaba las ruinas, exclamó: “Se puede sacar algo valioso de este desastre, pues significa que ardieron todos nuestros errores, y que gracias a Dios, podemos comenzar de nuevo”.
Según se sabe, tres semanas después del incendio, Tomas Edison se las ingenió para inventar el primer fonógrafo.
Querido amigo/a, en la vida cotidiana, ante las tragedias o los sufrimientos, cunde en nosotros el desánimo dispuesto a acabar con nuestros sueños.
En el campo espiritual es igual, todo va bien hasta que las inevitables pruebas empiezan a llegar: puertas económicas que se cierran, salud que no mejora, finanzas que no aumentan, familia que se aleja... problemas por doquier,  y el milagro que tanto anhelábamos no llega. Entonces viene el desánimo, la desolación y obviamente, las ganas de abandonarlo todo, de regresar a nuestro estado anterior, a nuestro “Egipto de esclavitud”.
No olvidemos que en la carrera de la vida vamos a encontrarnos con puertas estrechas, caminos difíciles, abismos inmensos, y puentes rotos que seguro nos supondrán un freno; pero si nos apoyamos en el Señor, si decidimos confiar en Él, y poner nuestros pies por donde van sus huellas, será más fácil; avanzaremos comprobando que ningún obstáculo será lo suficientemente fuerte como para hacernos arrojar la toalla o retroceder.

La Sagrada Escritura dice que el Señor:  “… da fortaleza al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán las alas como águilas, correrán, y no se cansarán, caminarán, y no se fatigarán. (Isaías 40:  29 – 31).

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