sábado, 9 de abril de 2016

Antes que clames, yo responderé

Solemos creer que Dios no nos escucha, pues no contesta tal como nosotros creemos que debería, pero…
Esta es la historia de un médico que trabajó en África, contada en 1ª persona.
Una noche trabajé duro con una madre en su parto, pero a pesar de todos nuestros esfuerzos, ella falleció dejándonos un pequeño y prematuro bebé, y una niña de dos años que lloraba desconsoladamente. Tuvimos grandes problemas para mantener vivo al bebé, de hecho no teníamos incubadora ni electricidad para hacer funcionar una. Tampoco teníamos alimentos especiales para estos casos. Y aunque estábamos sobre la línea del Ecuador, a menudo las noches eran frías con peligrosos vientos.
Una estudiante que me ayudaba, fue a buscar una manta de lana que teníamos para los bebés. 

Otra fue a atizar el fuego y a traer una bolsa con agua caliente. Ésta volvió casi de inmediato, muy preocupada, para decirme que la bolsa se rompió al llenarla (las bolsas de agua caliente se rompen fácilmente en climas tropicales). ¡Y era nuestra última bolsa!, exclamó.
Como se acostumbra en Occidente, no hay por qué llorar por la leche derramada, de modo que en África central se puede considerar igualmente, no llorar por bolsas de agua caliente rotas. Aunque éstas no crecen en los árboles, y no hay farmacias en los bosques donde comprarlas.
“Muy bien” dije, “pon al bebé lo más cerca posible del fuego y acuéstate entre el bebé y la puerta para evitar las corrientes de aire frío. Tu trabajo es mantener con calor al bebé.”
Al mediodía, como hacía todos los días, fui a orar con los chicos del orfanato que querrían reunirse conmigo. Les hacía sugerencias sobre cosas por las cuales orar, y también les conté acerca del pequeño bebé. Les expliqué nuestro problema de mantener al bebé con calor suficiente, la bolsa de agua caliente que se había roto, y que el bebé podía morir fácilmente si se enfriaba. También les conté de su hermana de 2 años, que lloraba porque su madre había muerto.
Mientras orábamos, una de las niñas, de nombre Ruth, hizo la habitual sincera oración que los niños hacen en África. “Dios, por favor, envíanos una bolsa de agua caliente hoy, mañana será demasiado tarde porque el bebé habrá fallecido. Por favor envíala esta tarde”.

 Mientras trataba de contenerme por la "gracia" de su oración, ella añadió: “y también ¿podrías, por favor, enviarnos una muñeca de juguete para la niña? Así ella puede ver que Tú realmente la amas."
Como sucede a menudo con las oraciones de los niños, yo fui sacudido por ella. ¿Podría yo decir amén honestamente? ¡Yo no creía que Dios pudiera hacer esto!


 Oh sí, yo sé que Él puede hacer todo; la Biblia lo dice así. Pero hay límites, ¿no es cierto? La única forma en que Dios podía contestar esta oración en particular, sería si alguien enviaba una en un paquete postal desde el exterior. Hacía ya casi 4 años que estaba en África y nunca había recibido un paquete así. 

Y si alguien enviaba uno ¿incluiría una bolsa de agua caliente? ¡Yo vivía sobre el Ecuador!
Ese mismo día a media tarde, mientras estaba dando clases al grupo de enfermería, me llegó el mensaje de que un vehículo había llegado a mi casa. Para cuando llegué a mi casa el vehículo ya se había ido, pero en la puerta había una caja de unos 11 kilos. Sentí que mis ojos se llenaban de lágrimas, no pude abrir la caja yo solo, llamé a los niños del orfanato para que me ayudasen.
Con mucho cuidado sacamos los precintos y empezamos a desempaquetar con mucha emoción. Había unos 15 chicos observando la gran caja. Comencé a sacar jerseys de colores muy brillantes. Los ojos de los chicos estaban iluminados. Había vendas para los leprosos. También había uvas pasas que serían de utilidad para el fin de semana. 

Luego puse mi mano nuevamente en la caja y sentí… ¿sería verdad? Lo cogí y lo saqué. Sí. ¡Una bolsa de agua caliente nueva! Lloré, yo no había pedido a Dios que nos la mandase; yo no creía verdaderamente que Él podía.

 Ruth estaba en primera fila. Ella se adelantó y en voz alta dijo, “si Dios envió una bolsa de agua caliente, también debe haber enviado la muñeca”. Y escarbando hacia el fondo de la caja, sacó una hermosa muñeca con un vestido de colores. ¡Sus ojos brillaban, ella nunca había dudado!
Mirándome me preguntó, “¿puedo ir contigo y darle la muñeca a la niña? Así ella sabrá que Jesús realmente la ama”. “Por supuesto”, respondí.
Aquel paquete había estado de viaje durante 5 meses, lo habían enviado mis compañeros de escuela que tuvieron la impresión de obedecer a Dios al incluir una bolsa de agua caliente, aun para la línea del Ecuador. 

Y una chica había puesto la muñeca para una niña Africana 5 meses antes, y recibida hoy mismo, en respuesta a la oración de fe de una niña de 10 años.
“Antes que clamen, yo responderé". Isaías 65:24
La oración es el mayor regalo que podemos recibir. No tiene coste, es gratis pero tiene muchas recompensas. Continuemos orando los unos por los otros.
PARA ESTAR DE PIE ANTE LA VIDA DEBEMOS ESTAR DE RODILLAS ANTE DIOS

No hay comentarios:

Publicar un comentario