La Biblia es la historia de los hombres y mujeres que muchas veces fallaron a Dios. Pero también es la historia de las muchas oportunidades que Dios les da.
Abraham se equivoca y falla una y otra vez, y aún así Dios no deja de darle lo que le había prometido.
Jacob fue obstinado, y egoístamente quiere tener bendiciones, y es Dios quien una vez tras otra, le enseña que la bendición está en poner su confianza en Él.
El pueblo de Israel que durante 40 años desconfía, se queja y divaga por el desierto, y es Dios quien durante 40 años les guarda, protege y ama y finalmente, les lleva a la tierra que Él les prometió.
Sansón, que muchas veces se aparta de los caminos de Dios, hace su voluntad e incumple sus promesas, y con todo, Dios lo sigue amando y cumple sus propósitos y sus promesas en él.
David, quien pide ser examinado hasta de sus pecados que le son ocultos, y se horroriza porque son bien notorios. Pero aún así, Dios ve en él su fe y la intención de su corazón y lo perdona, haciendo de él un ejemplo de integridad.
Los apóstoles, hombres imperfectos que aspiran y anhelan vivir una vida de perfección. Y que sinceramente prometen y vuelven a prometer. Pero Dios les hace testigos de su amor y su poder.
Algo parecido pasa con nosotros. Hacemos promesas sinceras a las que fallamos una y otra vez. Prometemos y volvemos a prometer. Fallamos y volvemos a fallar. Dios lo sabe, y no por eso disminuye su amor y su gran misericordia, esperando que volvamos a Él.
Lo que Dios anhela es nuestra determinación de insistir, de proseguir, de obstinadamente volver a prometer y anhelar la vida que Dios espera de los suyos.
Levántate. Inténtalo de nuevo. Vuelve a intentarlo. No te dejes vencer y cree en tu Dios; un Dios de nuevas oportunidades.
Y recuerda que lo importante no es quien gana o pierde las batallas, sino quien gana la guerra. Y Dios nos ha prometido la victoria. Porque eso desea Dios y eso finalmente hará Dios.
CONFÍA EN DIOS
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