Siempre creí que para saber escribir, primero es necesario aprender a leer… ¡y hoy más que nunca lo sostengo! Así es como debe ser. Y cuando digo “leer”, no es solo deletrear y comprender el significado y sentido de las palabras escritas, sino también embarcarse en la aventura de dilucidar y discernir los pensamientos de su autor en las líneas. Ponerse en su lugar.
Hoy trato de mostrar, definir mi relación de todos los días con nuestro amado Dios. A veces en dulce comunión; otras, distante y áspera. Esto, en cuanto a lo que de mí depende. Pero felizmente, Él no es así. Eso escribo, de eso se trata mi ministerio. Verdaderamente no hallo palabras, conceptos, fundamentos, tinta, papel, que puedan describir, definir la inconmensurable Majestad, Magnificencia, Gracia, Grandeza,... la Gloria de Dios.
En la torre de Babel Dios confundió, como castigo, las lenguas de todos los que estaban allí, y así los obligó a dispersarse por el mundo. Eso era lo que tenían que hacer, esparcirse y poblar la tierra. Es así como nacieron los distintos idiomas del mundo (Génesis 11:1-9). Sin embargo, en medio de tanta confusión y desorden, nuestro amado Dios dejó una palabra conocida por casi todos los diccionarios del mundo, para que cuando la pronunciáramos, sin importar el idioma que hablásemos, todos supiéramos exactamente de qué estábamos hablando.
Esa palabra, cuya cautivadora sencillez y singular belleza hace vibrar las fibras más íntimas de cada ser, arrancando hasta lo más recóndito y profundo, tiene una melodía tremendamente difícil de ejecutar: “Aleluya”.
En la torre de Babel Dios confundió, como castigo, las lenguas de todos los que estaban allí, y así los obligó a dispersarse por el mundo. Eso era lo que tenían que hacer, esparcirse y poblar la tierra. Es así como nacieron los distintos idiomas del mundo (Génesis 11:1-9). Sin embargo, en medio de tanta confusión y desorden, nuestro amado Dios dejó una palabra conocida por casi todos los diccionarios del mundo, para que cuando la pronunciáramos, sin importar el idioma que hablásemos, todos supiéramos exactamente de qué estábamos hablando.
Esa palabra, cuya cautivadora sencillez y singular belleza hace vibrar las fibras más íntimas de cada ser, arrancando hasta lo más recóndito y profundo, tiene una melodía tremendamente difícil de ejecutar: “Aleluya”.
“Alabado sea Dios”, significa. "Jorge Federico Haendel" le dedicó una de las composiciones musicales más bellas y majestuosas, que jamás hayamos oído en nuestras vidas.
“No hay palabras, no hay música para expresar Tu grandeza”, dice acertadamente una bellísima canción cristiana. Pronunciar la palabra "Aleluya" o tan solo pensar en ella, nos trae paz y serenidad. Nos acerca a la dulce y cálida presencia del Altísimo, sin importar por lo que estemos pasando.
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