jueves, 18 de febrero de 2016

Llévenme al Cementerio

Un sabio maestro se encontró ante un grupo de jóvenes que se declaraban en contra del matrimonio. Los muchachos argumentaban que el romanticismo constituye el verdadero sustento de las parejas, y que es preferible acabar con la relación cuando éste se apaga, en lugar de entrar en la hueca monotonía del matrimonio.
El maestro los escuchó con atención y después les relató un testimonio personal:
– Mis padres vivieron 55 años casados. Una mañana mi mamá bajaba las escaleras para prepararle a papá el desayuno, cuando sufrió un infarto y cayó. Mi padre la alcanzó, la levantó como pudo y casi a rastras la subió a la camioneta. A toda velocidad, condujo hasta el hospital, mientras su corazón se despedazaba en una profunda agonía. Cuando llegó, por desgracia, ella ya había fallecido.
Durante el sepelio, mi padre no habló, su mirada estaba perdida. Casi no lloró. Esa noche sus hijos nos reunimos con él. En un ambiente de dolor y nostalgia recordamos hermosas anécdotas. Él pidió a mi hermano teólogo, que dijera alguna reflexión sobre la muerte y la eternidad. Mi hermano comenzó a hablar de la vida después de la muerte, mientras mi padre escuchaba con gran atención. De pronto, pidió: “llévenme al cementerio”.
“Papá” , respondimos: ¡Son las 11 de la noche. No es hora de ir al cementerio ahora! Alzó la voz y con una mirada vidriosa dijo: “No discutan conmigo por favor, no discutan con el hombre que acaba de perder a la que fue su esposa 55 años”. Se produjo un momento de respetuoso silencio. No discutimos más. Fuimos al cementerio, pedimos permiso al velador y, con una linterna, llegamos a la lápida.
Mi padre la acarició, oró y nos dijo mientras veíamos la escena conmovidos:
“Fueron 55 buenos años…¿saben? ¡Nadie puede hablar del amor verdadero si no sabe lo que es compartir la vida con una mujer así! Hizo una pausa y se limpió la cara. 
Ella y yo estuvimos juntos en todo, en las alegrías y en las penas. Cuando nacieron ustedes, cuando me echaron de mi trabajo, cuando ustedes enfermaban, continuó: siempre estuvimos juntos. Compartimos la alegría de ver a nuestros hijos terminar sus carreras, lloramos uno al lado del otro la partida de nuestros seres queridos, rezamos juntos en la sala de espera de muchos hospitales, nos apoyamos en el dolor, nos abrazamos y perdonamos nuestras faltas… 
Hijos, ahora se ha ido y estoy contento, ¿saben por qué?, porque se fue antes que yo, no tuvo que vivir la agonía y el dolor de enterrarme, de quedarse sola después de mi partida. Seré yo quien pase por eso, mas le doy gracias a Dios. La amo tanto que no me hubiera gustado que sufriera…”
Cuando mi padre terminó de hablar, mis hermanos y yo teníamos el rostro empapado de lágrimas. Lo abrazamos y él nos consoló:
-Todo está bien hijos, podemos irnos a casa; ha sido un buen día. Esa noche entendí lo que es el verdadero amor. Dista mucho del romanticismo y no tiene nada que ver con el erotismo. Más bien es una comunión de corazones, posible porque somos imagen de Dios. Es una alianza que va mucho más allá de los sentidos, y es capaz de sufrir y negarse a tener cualquier cosa por el otro.
Cuando el maestro terminó de hablar, los jóvenes universitarios no pudieron debatirle. Ese tipo de amor les superaba en demasía. Aunque no tuviesen la valentía de aceptarlo de inmediato, presentían que estaban ante el amor verdadero. El maestro les había dado la lección mas importante de sus vidas.
Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios. Y a aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amén. Efesios 3:17-21
Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Efesios 5:25


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