La noche antes de que nuestro Señor fuera crucificado, Él instituyó la cena en Su memoria. El apóstol Pablo escribió a los Corintios lo que el Señor le había comunicado a ese respecto. Como esta carta vale también para “todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 1:2), las instrucciones acerca de la Cena son válidas para todos los cristianos en todas las épocas.
El pan, por el que el Señor dio las gracias y luego partió, representa la imagen de su Persona, es decir, de su vida y de su muerte: “Esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí”. De la copa Él dijo: “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí” (1 Corintios 11:24-26). La copa más bien representa la obra salvadora y todos los efectos de ésta para nosotros, para Israel y para toda la creación.
Al comer el pan y beber la copa anunciamos la muerte del Señor, como único fundamento de la salvación de nuestros pecados. Lo hacemos delante de Dios, de los ángeles y de los seres humanos.
A este recordatorio hay que sumarle la esperanza del retorno de nuestro amado Señor. Llegará el momento en que la tomemos por última vez. Cuando estemos con Él, no necesitaremos más esos recuerdos. Entonces Él se hallará ante nuestras miradas como “el Cordero que fue inmolado” (Apocalipsis 5:12).
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