domingo, 28 de febrero de 2016

¿Cómo es el cielo?

Si se les preguntara a varias personas si creen que hay un lugar llamado cielo, la mayoría probablemente diría que sí. Pero si se les pregunta cómo es o cómo se puede llegar allí, seguramente habría varias respuestas. Aunque muchas personas se aferran a la creencia en el cielo y esperan ir allí cuando mueran, muy pocas tienen una idea precisa del mismo.
Puesto que los seres humanos estamos atados a la tierra hasta la muerte, son frecuentes los conceptos equivocados acerca del cielo. Algunas personas lo imaginan como un lugar donde flotan espíritus amorfos, o donde hay ángeles sentados en las nubes tocando arpas. Incluso las películas nos presentan su propia versión de lo que nos espera.
En medio de todas las opiniones confusas y contradictorias, debemos recordar que la única fuente segura de información precisa sobre el cielo es la Biblia. Dios nos da en sus páginas, destellos de escenas celestiales. Aunque podamos anhelar tener más detalles y descripciones, el Señor ha revelado lo que Él quiere que sepamos y, muy probablemente, solo lo que podemos entender. Nuestras limitaciones humanas nos impiden comprender adecuadamente, la gloria inimaginable que hay arriba. No tenemos ningún marco de referencia para entender lo que Dios ha preparado para nosotros (1 Corintios 2. 9). Tenemos más preguntas que respuestas.
 ¿CÓMO PUEDO LLEGAR AL CIELO?
La Biblia dice claramente, que después de la muerte solo hay dos posibles destinos para la humanidad: el cielo o el infierno. Con una historia que contrasta con nitidez el bienestar del paraíso con el tormento del infierno, Cristo dijo que cambiar de lugar de destino una vez fijado, es imposible (Lucas 16.19-31). Sabiendo esto, sería una insensatez ignorar la Palabra de Dios, y arriesgarse a confiar en nuestras propias ideas acerca de cómo llegar al cielo.
Muchas personas piensan que su destino eterno depende de la manera en que se comporten. Si son más las buenas obras que las malas, creen que Dios los aceptará. Pero el Señor dice que todas nuestras buenas obras son “como trapo de inmundicia” ante Él (Isaías 4.6). Ya que todos somos pecadores por naturaleza, no estamos cualificados para entrar en la santa morada de Dios.
Nuestra entrada en el cielo no depende de lo buenos que seamos; lo que importa es lo bueno que fue Cristo y lo que Él hizo por nosotros. El Señor vivió una vida absolutamente perfecta y pagó el castigo por nuestros pecados al morir en nuestro lugar. Quienes creen esto y aceptan el pago que Él hizo a su favor, reciben un billete al cielo que jamás podrá ser invalidado.
¿POR QUÉ DEBERÍA ESTAR INTERESADO EN EL CIELO?
Algunos cristianos se contentan simplemente con saber que estarán seguros toda la eternidad. Por supuesto, quieren experimentar las glorias de arriba, pero no establecen ninguna conexión inmediata entre sus vidas actuales, cotidianas, y su destino futuro. Por tanto, no sienten el deseo de saber más sobre el cielo. Pero Cristo quiere que los creyentes sepan cuál es “la esperanza a que él nos ha llamado, y… la gloria de su herencia en los santos” (Efesios 1.18).
El cielo es nuestro futuro hogar. Allí es donde está nuestra ciudadanía; somos solo transeúntes en la tierra. Y toda una vida aquí parecerá un simple soplo en comparación con la eternidad. Siempre que usted lea un pasaje bíblico que describa una escena o actividad celestial, inclúyase en ella porque esa será su realidad. Las puertas del cielo y las calles de oro no son un cuento de hadas. Algún día usted pasará por esas puertas, caminará por esas calles y verá cara a cara al Señor.
Esta morada eterna será el hogar de todos los hijos de Dios. Nos encontraremos con los santos de todos los siglos, y nos reuniremos con nuestros seres queridos que fueron salvos. Y esta reunión será mucho mejor que cualquier otra que hayamos experimentado antes. No habrá conflictos ni malentendidos; solo la comunión ideal y el amor perfecto que todos anhelamos.
Pero la razón más importante para saber más acerca del cielo, es porque es la morada de Dios. Finalmente, estaremos en presencia de Aquel que murió por nosotros. Durante todos nuestros años terrenales lo hemos amado y servido, pero en la eternidad nuestra fe se convertirá en visión. El pecado que nos impedía tener una comunión perfecta con el Señor, nunca más nos volverá a estorbar.
¿CÓMO ES EL CIELO?
Por haber venido Jesús del cielo a la Tierra, tenía un conocimiento de primera mano de nuestro glorioso hogar futuro. Poco antes de morir, Jesús dijo a sus discípulos que iba a regresar a casa de su Padre a preparar un lugar para ellos, y que volvería a la Tierra para llevarlos a su nuevo hogar (Juan 14.1-3). Desde ese día los cristianos, a lo largo de la historia, han estado esperando su regreso.
Cuando un creyente muere, su alma es llevada a la presencia del Señor para prepararse para disfrutar todos los gozos y la comodidad del cielo (2 Corintios 5.6-9). Cristo vendrá con ellos cuando vuelva por su iglesia, y sus almas se unirán con los cuerpos resucitados imperecederos (1 Tesalonicenses 4.13-17) de aquí. Quienes estemos vivos en ese momento, seremos transformados; y nuestros cuerpos, antes débiles, mortales y pecaminosos, se volverán gloriosos, inmortales y perfectos.
Si usted quiere saber cómo será su nuevo cuerpo, mire el cuerpo de Cristo después de su resurrección. No era un espíritu etéreo, sino carne y huesos; los discípulos pudieron verlo y tocarlo, e incluso comió con ellos (Lucas 24.36-43). Pero lo mejor de nuestros nuevos cuerpos es que estarán libres del pecado y de su maldición. Nunca más experimentaremos lucha interior para obedecer al Señor, ni viviremos con el dolor, el sufrimiento y la muerte como resultado de la caída de la humanidad.
Muchos años después de que Juan escuchara la promesa de Cristo de ir a preparar un lugar para los suyos, tuvo una visión del futuro. Vio un cielo nuevo y una tierra nueva que habían sido purificados por completo de todo pecado. De pie, sobre una alta montaña, vio a la Nueva Jerusalén descender del cielo. El lugar prometido estaba listo y preparado. Lo que vio estaba más allá de cualquier descripción humana, pero Juan se esmeró por poner esta visión celestial en lenguaje terrenal (Apocalipsis 21.1–22.5). El brillo de la gloria de Dios resplandecía a través de la estructura, y sus pilares brillaban con diversos colores de piedras preciosas. Las puertas estaban hechas de perlas, y las calles eran de oro. Esta ciudad había sido diseñada por el Señor, como el lugar donde Él y la humanidad compartirían una relación estrecha y perfecta para siempre.
Aunque podamos tener dificultades para imaginar la estructura física de esta ciudad, no tendremos ningún problema para entender el significado de las cosas que no estarán en la Nueva Jerusalén. No habrá dolor, ni lágrimas, ni luto, ni muerte. Toda frustración, todo tedio, y todos los problemas desaparecerán. Nadie tendrá discapacidades, y nuestros cuerpos nunca envejecerán, ni se cansarán, ni se enfermarán.
¿QUÉ HARÉ EN EL CIELO?
Aunque la mayoría de nosotros entiende que el cielo es un lugar de mucho gozo y regocijo, podemos preguntarnos qué haremos allí. Algunos cristianos hasta llegan a expresar su preocupación de que pudiera ser aburrido.
Aunque la alabanza a nuestro Señor y Salvador será una parte esencial de nuestra actividad, debemos tener cuidado de no verla estrictamente desde la perspectiva de nuestra presente experiencia terrenal. Es decir, ahora estamos viviendo en cuerpos carnales y luchamos con nuestro egocentrismo, pero allí seremos libres de todo egoísmo y tendremos gozo constante al alabar al Señor. Llegará el día en el que veremos las cosas como son en realidad (1 Corintios 13.12). Al ver totalmente de qué nos salvó Cristo, y ver la gloria que nos tenía preparada, no podremos evitar darle gracias y exaltarlo con gozo.
En realidad, todo lo que hagamos será un acto de adoración. El Señor contó una parábola en Lucas 19.12-26, que enseña claramente, que recibiremos responsabilidades en el cielo según nuestro grado de fidelidad, con la que Dios nos confió en la tierra. Aun en la eternidad, somos descritos como siervos del Señor (Apocalipsis 22.3). Ahora bien, tengamos presente que nuestro servicio a Cristo comenzó en el momento en que fuimos salvos y continuará siempre. La ubicación en el cielo no implicará la terminación del servicio, sino la perfección del mismo; toda frustración, toda derrota y toda insuficiencia que hayan acompañado a nuestra labor desde la caída de la humanidad, serán eliminadas.
¿CÓMO PUEDO PREPARARME PARA EL CIELO?
Estar al tanto de la gloria que nos espera en la eternidad, debe motivarnos a vivir para Cristo durante nuestro tiempo en la tierra. Tener una perspectiva de lo eterno nos capacita para soportar las adversidades y el sufrimiento sin desanimarnos. Como Pablo, entenderemos que “las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8.18). Cuando las dificultades de esta vida se vuelvan agobiantes, recuerde que las únicas congojas y sufrimientos que usted experimentará serán durante su vida terrenal, pero el gozo del cielo será suyo para siempre.
Y mientras permanezcamos en este mundo, Dios tendrá trabajo para nosotros. Como testigos de Cristo, tenemos la responsabilidad de hablar a otros del Salvador para que ellos, también, puedan estar con Él para siempre. Y de hecho, todo lo que hagamos debemos hacerlo como para el Señor (Colosenses 3.23). Nuestro propósito debe ser vivir para Él, no para nuestros propios placeres y ambiciones.
La conciencia de la eternidad debe motivarnos a vivir en santidad, de modo que seamos dignos de recibir una recompensa. Cuando estemos ante el tribunal de Cristo, no nos preocupará nuestro destino final, pues ya fue resuelto en la cruz. Pero Él evaluará nuestras obras y nos recompensará conforme a las mismas (1 Corintios 3.10-15). Quienes fueron siervos fieles, serán recompensados con mayores responsabilidades y con el elogio del Señor (Mateo 25.20-23).
Cada día es una oportunidad que tenemos de prepararnos para nuestro hogar eterno. Es muy fácil desviarse por las preocupaciones de esta vida, pero lo que hagamos hoy determinará lo que experimentaremos en la eternidad. Invirtamos nuestra vida en un servicio fiel a Dios; el elogio de Cristo de “bien, buen siervo y fiel” será digno de cualquier sacrificio terrenal.


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