De un extremo a otro del planeta se escucha un clamor cada vez más desesperado, ¡salvemos la tierra! Numerosas conferencias y reuniones de carácter internacional se celebran cada año, en las que se trata el tema del calentamiento global, el deshiele de los polos, el desequilibrio en el ecosistema y otros temas relacionados con el reclamo del mundo, para que todos, de una manera u otra, podamos aportar nuestro granito de arena en aras de frenar la situación, que sin ser especialistas, todos podemos observar como incierta y espeluznante.
La pregunta que deberíamos hacernos es, ¿siempre fue así? ¡Por supuesto que no! Las escrituras nos refieren de manera repetida, como para que puedan quedar grabadas en nuestras mentes, cómo el Creador cada vez que hacía algo, lo sometió al escrutinio de su mirada para evaluarlo. Todas las cosas al salir de la mano de Dios, eran buenas en gran manera, es decir, perfectas para cumplir el propósito que les había sido asignado, o sea, que no hay nada de aquello a lo que el hombre denomina naturaleza, a lo que se le pudiera poner objeción: Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Génesis 1:31(a)
I. La obra maestra de Dios.
Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. Génesis 2:7
Defendemos, a veces con denuedo, que hay que tener más fe que nunca para creer en la creación del hombre tal como enseñan los evolucionistas, verdaderamente más fe que para creer el relato que las escrituras nos dan. Se necesita mucha abstracción e imaginación para hacer entendible una teoría que aún no ha podido unir todos los eslabones de una cadena; eslabones que desde siglos han estado tratando de presentar como “creíble” el origen de la creación del hombre. Pero una y otra vez se han hallado frente a la consabida pregunta de ¿qué fue primero?, ¿el huevo o la gallina?
I. La obra maestra de Dios.
Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. Génesis 2:7
Defendemos, a veces con denuedo, que hay que tener más fe que nunca para creer en la creación del hombre tal como enseñan los evolucionistas, verdaderamente más fe que para creer el relato que las escrituras nos dan. Se necesita mucha abstracción e imaginación para hacer entendible una teoría que aún no ha podido unir todos los eslabones de una cadena; eslabones que desde siglos han estado tratando de presentar como “creíble” el origen de la creación del hombre. Pero una y otra vez se han hallado frente a la consabida pregunta de ¿qué fue primero?, ¿el huevo o la gallina?
Esta teoría (Darwin) sostiene que el hombre proviene del mono, que el mono proviene de otro animal más primitivo y así sucesivamente, hasta retroceder a la primera célula madre, la que nadie sabe de dónde vino, y que de pronto aparece como por arte de magia. Los evolucionistas “suponen” que los cambios se producen por “casualidad”, y que los más fuertes sobreviven a los más débiles. Según los defensores de esta teoría, la supervivencia de los fuertes explicaría por qué las formas de vida que existen hoy son superiores a las formas antiguas. Por tanto, ellos plantean que el hombre es el más sofisticado de todos los animales, pero a pesar de sus esfuerzos por no dar crédito al creador, se han hallado ante un callejón sin salida al no poder demostrarse científicamente sus teorías, ya que ni las llamadas “mutaciones”, ni los “fósiles” tan defendidos por los evolucionistas, han podido desentrañar lo que algunos han dado en llamar “el misterio de la existencia humana”.
II. Lo que Dios hizo con el hombre.
Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: de todo árbol del huerto podrás comer; pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás. Génesis 2:15-17
Dios puso al hombre en el huerto del Edén para que lo labrara y lo guardase.
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