Cuando se nos presentan oportunidades de servir a Dios, no siempre reaccionamos de la manera que Él merece. Quizá sea por creer que nuestra agenda está demasiado saturada o por sentirnos poco capaces.
Estas respuestas cierran la puerta antes de que sepamos si el Señor quiere o no que la atravesemos. Quizá nunca haya pensado que negarse a servir a Dios es una forma de idolatría, pues eso es doblegarse a sí mismo en vez de someterse a Él.
El Señor quiere que sus siervos estén dispuestos, primero, a hacer lo que sea; y después, a buscar y conocer su plan específico para ellos. Una vez sabido el plan, Dios dota de manera especial a sus seguidores para que le sirvan conforme a su voluntad, pero cuando ya hemos decidido que no podemos hacerlo, que no lo haremos, o que no estamos bien preparados, estamos actuando de acuerdo con nuestra voluntad, y eso no está bien.
Usted puede servir al Señor como buen padre, o como quien habla del evangelio a sus compañeros de trabajo, o como amigo que escucha a quienes estén sufriendo. No hay ninguna restricción en lo que Dios puede hacer con un ayudador dispuesto. Y el poder de su Espíritu supera las limitaciones humanas. ¿No se siente usted lo suficientemente valiente? Dios puede cambiar eso. ¿No tiene las aptitudes adecuadas? Dios puede cambiar eso.
Dejar a un lado las excusas es lo más sabio que podemos hacer para servir a Dios. Confíe en que el Señor le capacitará para hacer lo que Él le pida, y que se ocupará de dotarlo y prepararlo debidamente (Efesios 2.10; 2 Timoteo 3.16, 17). Lo único que Él le pide es que diga “Sí”.
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