martes, 8 de diciembre de 2015

Un Regalo de Dios

La vida de fe está representada por la aceptación, acto que implica todo lo contrario a un mérito. Se trata simplemente de la aceptación de un regalo. Igual que la tierra recibe el agua bajo la lluvia, como el mar recibe las corrientes, como la noche acepta la luz de las estrellas, por lo que, sin dar nada, participamos libremente de la gracia de Dios. 
No somos santos por naturaleza, como tampoco los pozos por donde pasan las corrientes son por naturaleza, no son más que cisternas en las que fluye el agua viva, y nosotros recipientes vacíos en los que Dios derrama su salvación. La idea de recibir implica un sentido de realización, por lo que lo recibido es una realidad. O sea, no se puede recibir una sombra, recibimos lo que es importante y tangible en la vida de fe: Cristo se hace real para nosotros. Mientras estamos sin fe, Jesús es un mero nombre para nosotros, una persona que vivió hace mucho tiempo, y también hace mucho tiempo que su vida es solo una historia para nosotros, pero ahora por un acto de fe, Jesús se convierte en una persona real en la conciencia de nuestro corazón. 
Pero recibir también significa agarrar o tomar posesión de... algo. Lo que recibo se hace mío. Cuando recibo a Jesús, se convierte en mi Salvador, así que ni la vida ni la muerte podrán apartarme de Él. Todo se trata de recibir a Cristo tomándolo como un don gratuito de Dios, dejándolo entrar en nuestro corazón y apropiarnos de su vida como si fuera nuestra.
La salvación puede ser descrita como cuando los ciegos reciben la visión, o como cuando los sordos reciben la audición o los muertos reciben la vida. Pero no solo hemos recibido estas bendiciones, hemos recibido al mismísimo Cristo Jesús, el Señor y Creador de los cielos y la tierra. Él nos dio vida de entre los muertos, nos dio el perdón de los pecados, y algo muy importante, justicia imputada, sin la cual nada de lo anterior hubiera sido posible. Dios nos regaló todas estas cosas preciosas, pero si aún no estamos contentos con ellas, Él nos ha dado a su Hijo para que sea derramado en nosotros, y nosotros lo recibamos y nos apropiemos de Él. ¡Qué grande que debe ser Jesús que ni el mismo cielo puede detenerlo!

Colosenses 2:6 : "...Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él".

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