“Busquen la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor...” Hebreos 12:14
Cuando leemos la Historia de lo acaecido al pueblo de Israel, nos damos cuenta que uno de los eventos más tristes de la historia del pueblo Judío, lo fue su separación en dos Reinos (Norte y Sur), lo que ocurrió por motivos netamente políticos. Un pueblo al que Dios había constituido como su especial tesoro, y al cual el Señor había mandado estar unido, ahora se encontraba dividido en dos reinados, los cuales tenían como reyes a Jeroboam en el Norte y a Roboam en el Sur.
Debemos puntualizar que esta división se llevó a efecto en el plano político, no así en el religioso, siendo un solo pueblo con las mismas tradiciones; una de las más importantes, el adorar en la casa de Jehová, en su templo, tradición que era seguida y respetada al pie de la letra por un pueblo que había conocido a un Dios amoroso, que lo había sacado de tierra de esclavitud.
Cuando profundizamos en este hecho nos percatamos de que el templo, lugar de adoración, se encontraba en el Sur, en Jerusalén, lo que acarreaba un cierto problema, por decirlo de alguna forma, para los moradores del Norte. Éstos debían peregrinar hasta el Sur con el objetivo de adorar al Señor, lo que de ningún modo agradó a Jeroboam, quien pensaba, absorbido por la envidia, junto a sus malsanos intereses políticos, que aquella peregrinación podía poner en juego sus intereses personales.
Pero al pueblo del Norte no le interesaban mucho las discrepancias políticas de sus líderes, cuando de adorar a Dios se trataba. Ellos caminaban durante largas jornadas sin que les importaran las agotadoras marchas, la sed, la fatiga, ni la incomodidad del largo viaje de peregrinación. Esto fue percibido claramente por Jeroboam, quien interiormente pensó: Ahora se volverá el reino a la casa de David, si este pueblo subiere a ofrecer sacrificios en la casa de Jehová en Jerusalén; porque el corazón de este pueblo se volverá a su señor Roboam rey de Judá, y me matarán a mí, y se volverán a Roboam rey de Judá. 1 Reyes 12:26-27
Es entonces cuando maquina un plan con el fin de lograr sus propósitos:
Y habiendo tenido consejo, hizo el rey dos becerros de oro, y dijo al pueblo: Bastante habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto. Y puso uno en Bet-el, y el otro en Dan. Y esto fue causa de pecado; porque el pueblo iba a adorar delante de uno de ellos hasta Dan. 1 Reyes 12:28-30
Este hombre, sin tener un ápice de temor reverente, dice las escrituras que construyó dos becerros (dos dioses falsos). Él sabía que si una cosa no podía hacer era prohibir al pueblo la adoración a Dios; Israel había tenido innumerables experiencias con su Señor, que constituían razones más que suficientes para adorarlo. Por tanto, la mente enfermiza de Jeroboam sabía que de esta manera, podría desviar al pueblo de la verdadera adoración en el templo de Jerusalén, con el único interés de mantenerlos a su lado, sin tener en cuenta las consecuencias negativas que este acto podría acarrearles, arrastrándolos a pecar y afectando tanto al presente como al futuro del pueblo al que él dirigía.
El presente de su pueblo fue afectado por cuanto se desvió de la verdadera adoración, con lo cual se impidió que aquellos hombres y mujeres pudieran tener un acercamiento verdadero al Dios que los había sacado de la esclavitud de Egipto, con tal de lograr sus sucios intereses al mantenerlos bajo su dominio. El futuro también fue puesto en juego, porque al desviar al pueblo de la verdadera adoración sentenció a la destrucción a las generaciones futuras, ya que este modo de vida fue transmitido de generación en generación, lo que marcaría el rumbo que habrían de llevar las diez tribus del Norte hasta su triste final en el año 722 A.C.
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