Si Dios así lo dispusiera, podríamos vivir sin pan, sin nada, como Cristo vivió durante cuarenta días; pero nunca viviríamos sin su Palabra. Por esta Palabra fuimos creados, y solo por ella seremos guardados, porque Él sostiene todas las cosas con la fuerza de su Palabra, con su potencia.
El pan es la causa segunda, y el Señor la causa primera de nuestra existencia. Tanto puede obrar sin la segunda como con ella, y no tenemos derecho a poner límites a su obra.
No nos afanemos excesivamente por las cosas visibles; miremos al Dios invisible.
No nos afanemos excesivamente por las cosas visibles; miremos al Dios invisible.
Hemos oído decir a algunos creyentes que en los días de extremada pobreza, o cuando escaseaba el pan, disminuía su apetito; y otros aseguran que cuando faltaban los medios de vida, el Señor les socorría inesperadamente.
Sin embargo, nos es necesaria la Palabra de Dios. Con ella podemos resistir al diablo. Si nos la arrebatan, pronto caeremos en poder del enemigo porque nos faltarán las fuerzas.
Nuestras almas necesitan alimento espiritual, y fuera de la Palabra del Señor no puede haberlo.
Todos los predicadores y libros del mundo no pueden proporcionarnos esta comida: solo la palabra de la boca de Dios puede nutrir al creyente.
Hoy quiero nutrirme con la Palabra de Dios, la cual fortalece al espíritu angustiado.
Hoy quiero nutrirme con la Palabra de Dios, la cual fortalece al espíritu angustiado.
Señor, danos siempre este pan. Lo apreciamos más que todos los deleites de una mesa regia. Amén.
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