martes, 15 de diciembre de 2015

Carta del Señor Jesús para toda la Humanidad

Como ustedes saben otro año ha llegado casi a su final, y con la llegada del final de este año, una vez más se celebra mi cumpleaños aquí en la tierra.
Igual que todos los años, se hace una gran fiesta en mi honor. Pero esta vez he decidido venir y ver cómo se celebra mi cumpleaños. Realmente tú sabes que no lo ignoro, pero quiero compartir contigo mi apreciación sobre mi cumpleaños.
En esta época toda la gente va de compras, hay muchos anuncios en la radio, en la televisión,... y este año, hasta eso que ustedes llaman Internet está saturado de propaganda. La verdad es que es agradable al menos, saber que todos ustedes se acuerdan de mi cumpleaños.
Tú sabes que hace muchos años comenzaron a festejar mi cumpleaños. Los primeros años después de mi nacimiento allá en Belén, la gente parecía comprender el significado del mismo. Yo les di a conocer el propósito de mi llegada a este mundo a través de mis profetas, quienes hablaron y escribieron acerca de mí. Pero durante los últimos años la gente ya no comprende el significado de mi nacimiento.
Para que tengas una mejor idea de lo que quiero decirte quiero contarte una de mis últimas experiencias.
Decidí asistir a una de las muchas fiestas que se celebran en mi nombre. Bueno, realmente no me invitaron pero de todas maneras fui. Pude ver que la fiesta estaba hecha en mi nombre pero ni siquiera me habían invitado. Fíjate que yo quería compartir y ser parte de la fiesta, pero me cerraron la puerta ya que, al fin y al cabo, era una fiesta solo para ellos y sus invitados.
Como no me dejaron participar, decidí quedarme un rato más allí fuera con ellos, solo para ver como lo pasaban en grande con sus amistades. ¡Era una gran fiesta! Había muchos invitados, y habían invertido mucho dinero en la decoración, en la comida y en una gran cantidad de bebida. Fíjate que se me ocurrió recorrer toda la casa y mirar; habían colocado un gran árbol navideño con muchas luces y adornos. Debajo de él habían colocado eso que ustedes llaman “el nacimiento”. ¡Caramba! Eso es muy bonito; mira que todos los niños de los invitados iban a ver esos muñequitos bajo el árbol. Bueno, todo parecía una gran fiesta en mi nombre.
Después de un par de horas y de ver a los niños jugar y quemar pólvora, se me ocurrió volver al patio de la casa donde estaban todos los invitados. Llegué sin interrumpir a nadie y me senté a ver cómo celebraban mi cumpleaños. Todos estaban bebiendo, unos bailaban, otros contaban chistes,... imagínate qué clase de chistes que algunos de ellos comenzaron a hacer chistes hasta de mí y se carcajeaban, lo estaban pasando en grande. Bueno, de todas maneras no sabían que yo estaba con ellos.
Un rato más tarde llegó un viejo gordo vestido de rojo, con una barba blanca y gritando ¡JO, JO, JO, JO! Me pareció que había bebido más que los demás, se dejó caer sobre un gran sillón, y todos, sobre todo los niños, corrieron hacia él diciéndole: Santa Claus, Santa Claus. Este hombre tomó el control de toda la fiesta, ¡como si hubiese sido en honor a él!
Cuando llegaron las doce de la noche, todos se abrazaban y se decían “Feliz Navidad”. Yo me sentí muy contento pues se volvieron a acordar de mí, y fue tanta mi alegría que me puse de pie y me colé entre ellos con los brazos abiertos, pero nadie me quiso abrazar. Entonces comprendí que esa fiesta no era para mí. Así que decidí irme de ese lugar.
¿Tú crees que yo nunca lloro? Pues esa noche salí llorando porque me di cuenta que yo  no valgo nada para ellos.
Cuando iba caminando, escuché el sonar de unas campanas. Me llamó la atención y me fui a ver qué era aquello. Fíjate que encontré un gran templo, eso que ustedes llaman “catedral”. Había una gran cantidad de gente y estaban cantando cantos que hablaban de mí. Cuando llegué estaban cantado esa canción que tanto me gusta “noche de paz”. Como pude logré entrar, cuando ya casi estaban terminando el servicio. Cuando finalizaron hablaron un poco más de mí, y se despidieron diciendo “Que la paz de nuestro Señor Jesucristo sea con ustedes”. ¡Vaya!, dije yo, todavía hay gente que se acuerda de mí.
Mira que, cuando salieron me acerqué a un grupo de personas que hablaban de reunirse a celebrar mi cumpleaños; bueno, no me invitaron, pero como era en mi nombre me fui con ellos. ¿Sabes cuál fue la sorpresa? Tampoco era una fiesta para mí.

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