Una amiga mía, maestra de preescolar, escuchó sin querer una conversación entre sus alumnos. La pequeña María hizo la pregunta: ¿Quién ama a Dios? Todos respondieron: ¡yo!, ¡yo!, ¡yo! Y Guillermito dijo: Yo amo a Jesús. A lo cual, Carla protestó: Pero Él murió. El niño respondió: Sí, ¡pero cada Semana Santa resucita!
Es evidente que Guillermito todavía tiene que aprender algunas cosas sobre la Pascua. Sabemos que Jesús murió una vez y para siempre (Hebreos 10:12), y que, por supuesto, resucitó de entre los muertos una vez. Tres días después de pagar en la cruz la pena por nuestros pecados, el Jesús inmaculado venció a la muerte al resucitar de la tumba y destruir el poder del pecado. Este último sacrificio de sangre abrió el único camino para que ahora tengamos una relación personal con Dios y un hogar con Él por la eternidad.
Por esta razón, cada Semana Santa (en realidad, todos los días del año) tenemos un motivo para celebrar la resurrección de nuestro Salvador. Bendeciré al Señor en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca (Salmo 34:1).
La resurrección de Cristo es la razón de nuestra celebración.
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