Después de la división de la nación, las cosas fueron de mal en peor. En el Reino del Norte, el rey Jeroboam realizó algunas elecciones terribles que tuvieron un impacto malo y fueron de larga duración. 1 Reyes 12:26 al 31.
La entrada de la adoración idólatra por influencia del rey, ayudó a poner la nación en un sendero desastroso. La apostasía introducida durante el reinado de Jeroboam se fue haciendo cada vez más pronunciada, hasta que finalmente desembocó en la destrucción completa del reino de Israel. En el año 722 a.C., Salmanasar, rey de Asiria, puso fin al reino y deportó a sus habitantes a diferentes partes de su imperio (2 Reyes 17:1-7). No hubo retorno de este exilio. Durante un tiempo, Israel desapareció de la historia
En el Reino del Sur, las cosas no fueron tan mal, al menos por un tiempo. Pero tampoco fueron mejores y, como con el Reino del Norte, Dios procuró evitar la calamidad que afrontaba ese reino, solo que ahora la amenaza provenía de los babilonios.
Tristemente, Judá, con raras excepciones, tuvo una serie de reyes que condujeron a la nación a una apostasía más grave. Como podemos ver en los siguientes versículos acerca del reino de algunos de los reyes de Judá. 2 Crónicas 33:9, 10, 21-23; 2 Reyes 24:8, 9, 18, 19.
A pesar de esos líderes terribles y penosos, muchos de los libros de la Biblia, incluyendo el de Jeremías, están constituidos por las palabras de los profetas que Dios envió a su pueblo, en un intento de hacerlos volver del pecado y la apostasía que estaba destruyendo el corazón de la nación. Dios no abandonaría a su pueblo sin darle tiempo y oportunidades suficientes para volverse de sus malos caminos y evitar el desastre que traería, inevitablemente, su pecado.
Es muy difícil salirse de la cultura y el ambiente propios, y mirarse objetivamente. En realidad, es imposible. ¿Por qué, entonces, debemos comparar constantemente nuestra vida con las normas de la Biblia? ¿Qué otra norma tenemos? Nada más que ELLA. No queremos más.
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