Aquella mujer pensaba que la venganza podría acabar con el problema. Estaba equivocada. Ella decía: “Descubrí a mi marido con otra mujer. Aunque él me suplicó que le perdonara, yo quería satisfacer mi ego y le pedí el divorcio a pesar de que nuestros hijos me pidieron que no lo hiciera. Dos años después, mi marido aún trataba de recuperarme, pero yo no cedí. Me había herido y yo quería vengarme. Finalmente, él se rindió, se casó con una viuda joven que tenía dos hijos, y rehizo su vida sin mí. Ahora todos ellos son muy felices, y yo soy una mujer miserable que permitió que la amargura arruinara su vida”.

Dios dice: “… perdonaos unos a otros… de la manera que Cristo os perdonó.”, porque la amargura es mortal, mata tu alma. Así que, ¿cómo evitas amargarte cuando estás herido? Mirando a la cara del que te hirió y, a la vez, ¡viendo la del Único que fue misericordioso contigo, cuando nadie más te hubiera dado otra oportunidad!
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