¿Cuánto pesa un vaso de agua?... Depende de cuánto tiempo se sujete. Un minuto, no supone ningún problema, después de una hora, te dolerá el brazo. Pero después de veinticuatro horas, vas a estar bastante harto. En cada momento el vaso pesa exactamente lo mismo, pero cuanto más tiempo lo sujetes, más pesado parece. Y lo mismo sucede con el rencor: puede llegar a ser tan pesado que te impida vivir normalmente. La gente te va a herir porque esa es la consecuencia de compartir el planeta con otras personas. Algunas veces, es intencional, otras, ni se dan cuenta de que te han herido, y mucho menos de haberte roto el corazón. ¿Significa esto que debes seguir adelante pretendiendo que no ha pasado nada? No, el primer paso es encarar tus sentimientos. Y si la herida es muy profunda, aún es más difícil perdonar. Entonces es cuando necesitas orar: “Señor, cambia mi corazón y sáname”.
Jesús dijo: “…orad por los que os calumnian” (Lucas 6:28b). Cuando haces esto, ocurre algo imprevisto. Tu corazón se ablanda y empiezas a ver a aquellas personas a través de los ojos de Dios, en vez de con tus emociones más bruscas. Jesús afirmó: “…perdonad, si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre que está en los Cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas…” (Marcos 11:25b). Si no perdonas, tampoco serás perdonado, ni siquiera por el Señor…
Isaac es un estupendo ejemplo sobre el perdonar. Durante una sequía, cavó pozos que sus enemigos le arrebataron, y en vez de tomar represalias, siguió adelante y cavó otros nuevos. Como resultado, Dios llenó sus pozos vacíos y prometió bendecirle, y a sus hijos también (Génesis 26:22-23). Él llenará el vacío de tu vida cuando perdones a aquéllos que te han herido.
CUANDO LO MALDECÍAN… ENCOMENDABA LA CAUSA AL QUE JUZGA JUSTAMENTE (1 Pedro 2:23)
Un niño que se había portado mal con su madre, se escabullía escaleras arriba cuando la madre le preguntó: ¿Dónde vas jovencito? A hablar con Dios en mi habitación, respondió. ¿No hay algo que me quieras decir antes?, dijo ella. “No”, respondió él, “Tú te enfadas pero Dios me perdonará y lo olvidará”.
Mucho después de que pienses haber perdonado a alguien, todavía puedes estar albergando malos pensamientos hacia él. Veamos algunas pistas para saber si queda trabajo por hacer:
-Te enfadas cuando piensas en lo que pasó; -le das la espalda a tu agresor; -revives el incidente mentalmente y en ciertas conversaciones; -aprovechas cualquier oportunidad para recordarle al agresor lo que hizo.
Negarte a olvidar lo pasado es solo otro modo de justificar una actitud de falta de perdón.
La Biblia dice que hay dos cosas que Dios no va a compartir: (1) su gloria (Isaías 42:8) y (2) su derecho a dirimir viejas cuentas. Él dijo: “Mía es la venganza, Yo pagaré” (Romanos 12:19b). No usurpes su autoridad intentando vengarte; deja que Él lo resuelva. “Cuando lo maldecían, no respondía con maldición; …encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23). El rencor te encadena al agresor y te conviertes en su rehén. Pensar en demasía sobre lo que tus padres te hicieron, o en cómo tu socio se apropió el mérito de tu trabajo, o en lo que alguien dijo acerca de ti, causa que tú, no ellos, te amargues. Muy agitado, das vueltas y vueltas, y ellos ni siquiera saben que estás ofendido. ¿Por qué vas a darle a alguien ese control sobre tu vida? Lo que es importante es lo que te pasa a ti, no a ellos. Así que, perdona, olvida, y ¡sigue adelante!
“…FUI RECIBIDO A MISERICORDIA…” (1 Timoteo 1:16)
Y si te cuesta mucho perdonarte por algo que hiciste en el pasado, tal vez sea que estés recogiendo lo que sembraste. Y es especialmente duro, aunque no imposible, dejar de sentirte mal cuando ya has condenado a alguien por haber hecho aquella misma cosa. Pues resulta que mientras vivas, vas a tener que seguir perdonándote a ti mismo así como a los demás.
Cuando la culpabilidad y la condenación te digan que tus pecados son demasiado grandes para el perdón de Dios, recuerda lo que dijo Pablo: “…Jesús vino… para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrara en mí… toda su clemencia” (1 Timoteo 1:15b-17). Antes de convertirse, Pablo persiguió a los seguidores de Cristo, matando y torturando a los creyentes; así se ganaba la vida. Y si él pudo aprender a perdonarse a sí mismo, tú también puedes. De hecho, si no lo haces, estás insinuando que tus transgresiones están fuera del alcance de la gracia de Dios para perdonarte, y de la sangre de Cristo para purificarte. Y éste es un pecado aun mayor: el orgullo.
Además, cuando alguien habitualmente tiene problemas con otros, tal vez lo que realmente pasa es que “busca” a alguien para que lo ofenda; de ese modo, puede prejuzgar, señalar lo mala que es esa persona y sentirse mejor. El orgullo y una actitud de enjuiciamiento se alimentan el uno del otro, del mismo modo que la humildad nutre al perdón. Dios dijo: “Yo, Yo soy quien borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Isaías 43:25). Cuando adoptes una actitud humilde y te esfuerces en perdonarte como Dios lo hace, será mucho más fácil no tener en cuenta los errores de los demás. Haz la prueba, ¡te sorprenderás!
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