lunes, 21 de septiembre de 2015

Valoración

La historia de David derribando al gigante Goliat solo con una honda de pastor es conocida universalmente. Lo que tal vez no es tan conocido es el trasfondo biográfico de la vida de David, antes de saltar a la fama por vencer al temible y aguerrido filisteo. Es así, porque el peso y la enorme contundencia de este relato, con frecuencia “eclipsa” a muchos otros aspectos interesantes y edificantes de la vida de David.
Pero el Señor le dijo a Samuel: No te dejes impresionar por su apariencia ni por su estatura,  pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón. (1 Samuel 16:7 NVI 1984)
En este pasaje Dios le dice al profeta que ha elegido a uno de los hijos de Isaí en sustitución del rey Saúl. Los tres hijos mayores de Isaí habían marchado a la guerra con Saúl. Uno a uno los hicieron venir y se los presentaron al profeta Samuel, según su apariencia fuerte y aguerrida. Sin embargo, Dios reprende al profeta pues Él mira solo el corazón de los hombres, mientras nosotros vivimos fijándonos en las apariencias. David es el último en aparecer, el que menos era tenido en cuenta. Alguien se acordó de que aún quedaba un hijo, en medio del desierto, cuidando los rebaños de las ovejas de su papá. ¡Ah!, ¿a éste es al que quieren?
Un capítulo más adelante, vemos a Goliat desafiando al ejército de Israel mientras los soldados de Dios huyen despavoridos. Y David, nuevamente, el que menos fue tenido en cuenta para pelear con el gigante filisteo, se ofrece para enfrentarlo.
“-¿Qué has venido a hacer aquí? ¿Con quién has dejado esas pocas ovejas en el desierto?”, le dicen con desprecio sus propios hermanos. 
-¡Cómo vas a pelear tú solo contra este filisteo!, replicó Saúl. No eres más que un muchacho, mientras que él ha sido un guerrero toda la vida”, le dijo el rey Saúl. Evidentemente, David no gozaba de la mejor de las calificaciones de parte de sus contemporáneos.
David, por lo visto, hizo caso omiso a todas aquellas expresiones de menosprecio. Sabía bien qué es lo que podía hacer, pero fundamentalmente, sabía que gozaba de la unción de Dios y tenía depositada toda su confianza en Él. Si podía luchar en soledad y con éxito contra leones y osos que robaban las ovejas de su rebaño en el desierto, no veía razón alguna para no poder hacerlo contra este gigante que aterrorizaba a sus aguerridos hermanos.
David era poco valorado y se las tuvo que ver él solo frente al gigante. Hoy, en otros ámbitos, las cosas no son muy diferentes. La falta de una valoración justa desanima. Hay personas negativas que conocen bien el nefasto efecto de esta actitud, y no dudan en usar este recurso como arma en contra de aquellos, que por alguna razón, suponen que se han cruzado en su camino triste y lleno de frustraciones.
El desánimo, cualquiera que sea la situación en la que nos encontremos, sobreviene cuando apartamos la mirada de Dios. Luego viene el fracaso. Pedro caminó sobre las aguas mientras su mirada estuvo puesta en el Señor, pero cuando se fijó en su alrededor y vio la tormenta y el viento, lo primero que perdió fue el ánimo. Tuvo miedo, y eso es un indicio de desánimo. El temor te paraliza, te bloquea. Luego sobrevino el fracaso, comenzó a hundirse.
En nuestros trabajos, en los estudios, hasta en el ámbito familiar o en el propio seno de la iglesia, podemos encontrarnos con gente ponzoñosa que con sus inteligentemente elaborados y convincentes argumentos, puede hacernos creer que no servimos para nada, que de cualquier cosa de que se trate, es mejor que lo haga otro porque lo podemos estropear todo.
Un conocido jugador de baloncesto dijo una vez ante los medios de prensa, que había fracasado muchas veces, y que por eso tuvo tanto éxito. Y esos engendros venenosos, a tu alrededor, que te dicen: “no vas a poder”; saben muy bien que si te caes, te levantarás de nuevo y entonces… ¡pobres de ellos!
David fue poco y mal valorado. Parece que Dios tenía otros planes para quienes se ocupaban de su “calificación”. Es, nada más ni nada menos, que el ascendiente de Nuestro amado Señor “Jesús, hijo de David” (Marcos 12:35).

Dios tiene planes para ti. ¡Ánimo!

Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús.

(Filipenses 3:13-14 NVI1984)

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