lunes, 21 de septiembre de 2015

El aguijón en la carne

“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltara, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca” (2 Corintios 12:7).
No se sabe bien a qué tipo de sufrimiento se está refiriendo el apóstol. En todo caso, bien podría ser una enfermedad crónica o una minusvalía física que los corintios ya conocían. Pablo vivía con una espina clavada en el cuerpo que el Señor no le había arrancado. ¿Qué significa? ¿Tienes algún dolor crónico o sufres de alguna minusvalía adquirida o congénita? Es verdad que a todo nos acostumbramos, pero el apóstol reconoce que aquello era algo que Satanás usaba para maltratarlo. Y, sin embargo, qué vida tan llena de realizaciones, tan próspera, ferviente y pía la suya. El autor de trece epístolas del Nuevo Testamento, fundador de muchas iglesias, viajero incansable, héroe victorioso de muchas vicisitudes, era un hombre con una deficiencia física.
Recuerdo que cuando era niño jugaba con Linda, la perrita de un vecino que tenía una vaquería. Era alegre, cariñosa y juguetona; corría a buscar la piedra que le lanzábamos, y si no lo hacíamos se paraba delante de nosotros y nos ladraba. Pero un día la atropelló un tranvía y perdió una de sus patitas delanteras. Entonces, ante los quejidos de dolor que emitía, vi con horror cómo su dueño la mató. ¿Por qué? ¿No has visto alguna vez caminar a un perrito con tres patas? No sabemos si sufren, si les duele o si preferirían morirse; posiblemente no, pues incluso resultan graciosos cuando saltan y juegan, como si se lo tomaran en broma o hubieran tenido siempre solo tres patas.

Hay personas que, como Pablo, sin ser indiferentes a las espinas que llevan clavadas en el cuerpo, se sobreponen, y eso no les impide hacer muchas cosas. Pero hay otras que, cuando se les produce alguna herida, moral o física, se pasan la vida apoyándose en la zona lastimada como si no tuvieran otra posibilidad de caminar. Adquieren el mal hábito de anclarse en los golpes recibidos, “lamerse las heridas”, entregándose al diminuto placer de la auto-compasión y vivir así. ¡Desgraciados...! Porque Pablo solo se quejó una vez de su situación, y no para causar pena sino para enseñarnos cómo sobrellevar las debilidades: “Bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12:9).

Concéntrate hoy en Jesús y no en el aguijón en tu carne.


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