lunes, 28 de septiembre de 2015

No te cases ni te embarques

Bienaventurado aquel cuya ayuda es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en el Señor su Dios”. (Salmos 146:5).
Días atrás, un amigo me llamó para posponer un viaje que previamente habíamos pactado para el martes. Grande fue el disgusto que me provocó el cambio de planes; no obstante, una vez repuesto mi ánimo, le pregunté la razón por la cual decidió el cambio, y él, con mucha efusividad, me dijo: “Porque mañana es martes”¿Y eso qué tiene de anormal?, volví a preguntar … ¿“No te das cuenta?, replicó. En martes, ni te cases ni te embarques”.  Efectivamente, en ese instante me daba cuenta del detalle: era Martes 13.
En resumen, el viaje no se hizo por más que le participé mi manera de pensar al respecto, comenzando por recordarle que nadie que se precie de ser un buen seguidor de Cristo, debería permitir que las supersticiones regulasen los actos de su vida. Mi amigo, con mucho tino, dijo darme la razón, pero igualmente mantuvo su posición, repitiendo irónicamente una frase muy común: “Yo no creo en las brujas, pero de que las hay, las hay”.
Queridos amigos y amigas, la leyenda y la tradición han hecho de las supersticiones parte del vivir diario del ser humano, tanto que en gran medida rigen la vida de muchas personas. Lo sé porque también lo sentí así, antes de tener un modesto pero correcto conocimiento de la Palabra de Dios.
Yo también, cuando las cosas no marchaban, me culpaba de haberme “levantado con el pie izquierdo”; también busqué billetes de lotería terminados en números específicos; además, evitaba encontrarme con un gato negro en el camino; también evitaba pasar por debajo de una escalera; temía abrir un paraguas dentro de la casa; llevaba conmigo reliquias en busca de mejorar la salud o conseguir “buenas vibraciones”; cruzaba los dedos para que me fuera bien; y me asustaba cuando se derramaba la sal o se rompía algún espejo...
Seguramente tú también practicaste alguna superstición de éstas u otras, pero muy posiblemente eso ya quedó en el pasado, abandonado con tu viejo hombre o tu vieja naturaleza a los pies de la cruz.
Permita y pida, entonces, a Dios, que después de orar por nosotros, los otros y los nuestros, no sigamos en la vieja manía de cruzar los dedos o portar alguna pata de conejo, en la creencia de que así le ayudamos al Señor a hacer sus milagros.
¿No eres ya supersticioso?…¡Qué bien!…No obstante, la pregunta es: ¿Qué hace la Biblia en ese rinconcito de tu casa, abierta pero sin ser leída, rodeada de flores, velas o plantas?… ¿Acaso es tu amuleto para alejar los malos espíritus?…

y no participen de las obras infructuosas de las tinieblas, más bien, repruébenlas”. (Efesios 5:11)

No hay comentarios:

Publicar un comentario