lunes, 28 de septiembre de 2015

Una herencia bendita

“Antes que te formara en el vientre, te conocí, y antes que nacieras, te santifiqué, te di por profeta a las naciones” (Jeremías 1:5).
Uno de los grandes privilegios de esta vida es ser padres. No obstante, también representa una enorme responsabilidad. Los padres transmitimos a los hijos algunas tendencias y afecciones hereditarias que si no se atienden a tiempo, podrían complicarse en la vida futura. Al respecto, se nos recuerda que un día los padres seremos juzgados por Dios: “Cuando los padres y los niños se encuentren en el día final para rendir cuentas, ¡qué escena se verá! Miles de niños que han sido esclavos de apetitos y de vicios degradantes, cuyas vidas han sido fracasos morales, estarán frente a frente con sus padres que los hicieron como son. ¿Quiénes, sino los padres, han de afrontar esta terrible responsabilidad? ¿Fue el Señor quien corrompió a estos jóvenes? ¡Desde luego que no! ¿Quién, entonces, ha hecho esta terrible obra? ¿No fueron trasmitidos los pecados de los padres a los hijos por apetitos y pasiones pervertidos? ¿Y no se completó la obra por los que descuidaron su educación, de acuerdo al modelo que Dios ha dado? Tan ciertamente como que ellos existen, todos estos padres tendrán que pasar el examen de Dios”.
Todos dejamos una influencia en este mundo, pero los que somos padres influimos especialmente en nuestros hijos. El mejor regalo que podemos brindar a nuestros hijos es reflejar ante ellos, una vida transformada por el Espíritu Santo: “Dichosos los padres cuya vida es un fiel reflejo de la vida divina, de modo que las promesas y los mandamientos de Dios despierten en los hijos gratitud y reverencia; dichosos los padres cuya ternura, justicia y longanimidad interpreten fielmente para el niño el amor, la justicia y la paciencia de Dios; dichosos los padres que al enseñar a sus hijos a amarlos, a confiar en ellos y a obedecerlos, les enseñan también, a amar a su Padre celestial, a confiar en Él y a obedecerlo. Los padres que hacen a sus hijos semejante dádiva, los enriquecen con un tesoro más precioso que todos los tesoros, un tesoro tan duradero como la eternidad”. 
Por eso dice la Biblia: “Herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en manos del valiente, así son los hijos tenidos en la juventud. ¡Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos! No será avergonzado cuando hable en la puerta con los enemigos” (Salmos 127:3-5).

Ruega a Dios que los que te rodean puedan verlo a Él a través de tu vida.


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