Datos estadísticos revelan que el 50 por ciento de los que entran en el ministerio cristiano, lo dejan en un espacio de diez años a causa del desánimo. Asegúrate que no suceda lo mismo con tu pastor.
Imaginemos la escena: Los soldados de Josué están en el valle peleando contra los amalecitas. Arriba en el monte se encuentra Moisés con los brazos elevados hacia el cielo. Mientras permanece en esta posición van ganando la batalla. Pero si alguna vez has intentado tener los brazos levantados durante mucho tiempo, sabrás lo difícil que es y lo pronto que los tienes que bajar. En el momento en que Moisés los bajaba, la batalla arreciaba en contra de Israel.
Entonces Aarón y Hur sostuvieron los brazos de Moisés para que Israel prevaleciera. La victoria de ese día no se debió solo a las dotes guerreras de Josué, sino también a que Moisés logró tener los brazos levantados. Aarón y Hur ayudaron a que el líder no desmayara, y con ello salvaron a toda una nación.
Dios dijo: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con conocimiento y con inteligencia” (Jeremías 3:15). Si Dios te ha dado un pastor que te ama, que te alimenta espiritualmente y te dirige, apóyalo. ¡Levanta sus brazos! En el Tabernáculo del Antiguo Testamento, los candeleros tenían que estar encendidos día y noche, porque su luz simbolizaba la presencia de Dios en medio de su pueblo. Si la luz empezaba a parpadear, los sirvientes encargados de ese menester acudían de inmediato a poner más aceite para que volvieran a alumbrar con fuerza. ¿Captas la analogía? A ti te corresponde contribuir para que la luz de tu iglesia no parpadee, ni se apague el fuego del púlpito. Para ello, ora por tu pastor a diario y anímalo cuando se presente la oportunidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario