Nuestro mayor enemigo es la muerte, conlleva un cierto temor. La Biblia dice que “el aguijón de la muerte es el pecado,” y desde el día en que la primera pareja puso a su hijo en una tumba, la gente ha temido a la muerte. Es como un gran monstruo misterioso cuyos largos dedos helados hacen que muchos se estremezcan aterrorizados.
La historia atestigua, de forma unánime, que la muerte es inevitable. Las generaciones van y vienen, y cada generación ha puesto sus muertos en la tumba.
La Biblia relaciona la muerte con el pecado, dice que “como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” Romanos 5:12
La Biblia relaciona la muerte con el pecado, dice que “como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” Romanos 5:12
Por nuestra parte, procuramos mejorar la vida mediante fórmulas químicas en los laboratorios de todo el mundo. Pero hasta que la ciencia no encuentre una solución definitiva para el problema de la muerte, aunque los científicos descubrieran un secreto que prolongara la vida terrenal, solo se conseguiría extender más nuestro tiempo de tristeza y aflicción.
Cientos de filósofos de todas las épocas han procurado escudriñar más allá del velo de la muerte. Sus especulaciones llenan volúmenes y volúmenes respecto a las posibilidades de vida más allá de la tumba.
Pero la muerte alcanza a los ricos y pobres, a los instruidos e ignorantes. No hace distinción de raza, color ni credo. Sus sombras nos acechan día y noche. Nunca sabemos cuándo llegará el momento temido. Procuramos disimular el desastre adoptando un seguro de vida, incluso hemos inventado otros mecanismos para hacer más cómodos nuestros últimos días; pero siempre está presente la dura realidad de la muerte.
Muchos nos preguntamos: ¿Hay alguna esperanza? ¿Hay alguna puerta de escape? ¿Hay alguna posibilidad para la inmortalidad?
No vamos a ir a un laboratorio científico, ni al aula de un filósofo ni a la oficina de un psicólogo. En su lugar, vamos a ir a la tumba vacía de José de Arimatea. María, madre de Jacobo, María Magdalena y Salomé habían ido a la tumba para ungir el cuerpo del Cristo crucificado. Pero ellas se sorprendieron al ver la tumba vacía. Un ángel se puso a un lado del sepulcro y les dijo: “Buscáis a Jesús nazareno.” Luego añadió: “Ha resucitado, no está aqui.”
Esa fue la mayor noticia que el mundo haya oído. ¡Jesucristo había resucitado de entre los muertos, como lo había prometido!
La resurrección de Jesucristo es la verdad principal de la fe cristiana. Ésta descansa en la raíz misma del evangelio. Sin fe en la resurrección no puede haber salvación personal. La Biblia dice: “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” Romanos 10.9 Tenemos que creer esto, o nunca podremos ser salvos.
Comenzamos con el hecho de que al tercer día Jesucristo había resucitado de los muertos, salió de la tumba y se apareció a los desanimados y asombrados discípulos que habían perdido toda esperanza de volver a verlo. Sin nuestra aceptación de la realidad de la resurrección, esa celebración no sería más que una ilusión. Como escribió el apóstol Pablo hace ya mucho tiempo: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe.” 1 Corintios 15:14
Cuando se contempla la resurrección de Cristo como un hecho histórico, el Domingo de Resurrección se convierte en el día de días, y se debe reconocer y celebrar como la mayor victoria de todos los tiempos.
-La resurrección fue, en cierto sentido, una victoria suprema para la raza humana. Fue una victoria sobre la muerte: “Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho.” Su resurrección de los muertos es la garantía de que, también para nosotros, la tumba fue abierta y que también seremos resucitados: “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.” 1 Corintios 15:22
-La resurrección también fue una victoria sobre el pecado: “La paga del pecado es muerte.” Romanos 6:23 El pecado de Adán en el huerto del Edén tuvo como resultado la culpa, la condenación y la separación de la presencia de Dios. Sin embargo, allí también se dio la gloriosa promesa de que aparecería la simiente de la mujer, y que Dios pondría enemistad entre su simiente (Cristo) y la serpiente (Satanás). En el conflicto resultante, la simiente de la mujer sería herida en el calcañar, pero a cambio heriría la cabeza de la serpiente, infligiéndole una herida mortal. Esto fue realizado y manifestado abiertamente en la resurrección de Cristo.
-La resurrección también nos da victoria sobre las dudas. Parece que hay miles de cristianos esclavos de las dudas. No es que duden de la existencia de Dios o de las verdades de la Biblia. Podemos aceptar todo eso, mientras seguimos dudando en nuestra relación personal con el Dios en quien profesamos creer. El caso es que algunas personas tienen dudas en cuanto al perdón de sus pecados, otras dudan de su esperanza de ir al cielo, y otras desconfían de su propia experiencia interior.
Pero durante su ministerio terrenal, Jesús hizo una serie de asombrosas afirmaciones y promesas a sus seguidores, que debían de haberles parecido increíbles mientras Él estaba en la tumba. Jesús les había dicho: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” Y Él le declaró a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida … todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.” Pero ahora el que había hecho esas promesas estaba muerto, y la tumba estaba cerrada sobre Aquel que había prometido vida eterna a todos los que creyeran en Él. Si no hubiera resucitado, tendríamos más que motivos para dudar de la validez de sus promesas. Pero cuando salió de la tumba, todas sus promesas y sus palabras salieron con Él y hoy viven con gloriosa vitalidad, poder y autoridad.
-La resurrección es también la garantía de la victoria sobre nuestros temores. Los temores son estrechos aliados de las dudas. El presidente de la facultad de historia de una de nuestras grandes universidades, me expresó, una vez, esta opinión: “Nos hemos convertido en una nación de cobardes.” En ese momento no acepté su declaración, no la entendía, pero él arguyó que muchas personas se mostraron renuentes a seguir su curso por no tratarse de algo popular. Incluso si estamos convencidos de que algo es correcto, procuramos no comprometernos porque tenemos miedo. Si nos favorecen las probabilidades, nos ponemos de su parte; pero si implica algún riesgo el defender lo que es correcto, procuramos ante todo, ponernos a salvo.
-La resurrección es también la garantía de la victoria sobre nuestros temores. Los temores son estrechos aliados de las dudas. El presidente de la facultad de historia de una de nuestras grandes universidades, me expresó, una vez, esta opinión: “Nos hemos convertido en una nación de cobardes.” En ese momento no acepté su declaración, no la entendía, pero él arguyó que muchas personas se mostraron renuentes a seguir su curso por no tratarse de algo popular. Incluso si estamos convencidos de que algo es correcto, procuramos no comprometernos porque tenemos miedo. Si nos favorecen las probabilidades, nos ponemos de su parte; pero si implica algún riesgo el defender lo que es correcto, procuramos ante todo, ponernos a salvo.
Usted que teme a la muerte, a perder la salud o a perder los amigos, examine las palabras de Pablo: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.” Dios nos ha dado una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de los muertos. Este y otros pasajes similares, señalan el hecho de que ningún cristiano puede argumentar algo ante los ojos de la voluntad de Dios: “Si Dios es por nosotros, ¿quien contra nosotros?”
El poder del Espíritu Santo levantó el cuerpo de Cristo de entre los muertos. Ese mismo Espíritu Santo, ahora obrando en nosotros, puede liberarnos de los poderes de la ansiedad y del temor, y hacer que nos regocijemos en la esperanza segura y gloriosa que Él ha preparado para nosotros.
-La resurrección garantiza la victoria en nuestra vida diaria. La victoria que Cristo ganó para nosotros cuando resucitó de la tumba, puede verse en nuestra vida cada día. Puede ser manifestado en nosotros y por medio de nosotros, en todo lugar y en toda circunstancia, su poder resucitador para la gloria de Dios.
-La resurrección garantiza la victoria en nuestra vida diaria. La victoria que Cristo ganó para nosotros cuando resucitó de la tumba, puede verse en nuestra vida cada día. Puede ser manifestado en nosotros y por medio de nosotros, en todo lugar y en toda circunstancia, su poder resucitador para la gloria de Dios.
Podemos ser conscientes cada día, de su victorioso poder obrando en nosotros, por nosotros y por medio de de nosotros para su gloria. Podemos exclamar como el apóstol Pablo: “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.”
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