Siempre supe que este tipo de charlas no son buenas. Y la voz de mi conciencia comenzó a recordármelo. Hasta que no pude esperar más, así que tomé el teléfono y llamé a mi hermano para pedirle disculpas por permitir que la conversación hubiera tomado ese rumbo. Él me confesó que se estaba sintiendo tan mal como yo. Nos pusimos de acuerdo en que descuidamos algunos comentarios y se hizo una pequeña llama, y que esos comentarios se extendieron a otros, hasta que nos incendiamos nosotros mismos con una cierta indignación. Rememoramos algo que nuestro padre nos enseñó cuando éramos pequeños. Nos dijo que si algún día nuestra ropa se prendía fuego, deberíamos detenernos, tirarnos al suelo y rodar, pues de esta forma el fuego se extinguiría. Entonces, mi hermano me sugirió que en adelante intentáramos hacer algo similar en nuestras conversaciones. Si vemos que se inicia un pequeño fuego... detenernos, tirarnos al suelo (arrodillarnos) y orar. Esta analogía nos hizo soltar una risa, pero desde ese momento decidimos, caso de ser necesario, aplicar la sugerencia a nuestras charlas.
Cuando observemos que la conversación se está deslizando por lugares inapropiados, será un buen momento para recordarnos, unos a otros, cuál es el camino correcto. Las conversaciones negativas y los chismes no afectan solo a nuestra relación con Dios y los demás, también tienen un efecto perjudicial sobre nuestro espíritu. Aunque parezcan insignificantes, ciertas palabras pueden ser la chispa que provoquen un gran incendio. ¿No será mejor evitar el fuego antes de que comience, prevenirlo?
"Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, cuán grande bosque enciende un pequeño fuego". Santiago 3:5
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