Durante cuarenta años, un hombre fuma tres paquetes de cigarrillos al día, muere de cáncer de pulmón más tarde, y su familia demanda a la tabacalera… Una mujer borracha se estrella conduciendo, y después culpa al dueño del bar. Tus hijos están descontrolados, así que hechas la culpa a la violencia televisiva, a la falta de disciplina en la escuela o a la influencia de sus amigos.
Excusas, ¡tenemos cientos de ellas! Nuestros padres nos fallaron… Nuestros amigos nos decepcionaron… Alguien nos dio un mal consejo… Nuestra “media naranja” no nos entiende. El “juego de la culpa” no es nada nuevo; a ello hemos estado “jugando” desde el principio de la creación. La primera pareja le dio a Dios toda clase de excusas para evitar la responsabilidad de sus acciones. Adán incluso culpó a Dios diciendo: “Fue por la mujer que me diste” (Génesis 3:12). Eva tampoco “se quedó atrás”, diciendo: “La serpiente me engañó… (Génesis 3:13b).
Salomón dijo: “El de corazón sabio recibe los mandamientos, mas el de labios necios va a su ruina” (Proverbios 10:8), porque la capacidad de aceptar responsabilidad está en el nivel de tu carácter y madurez. Pero lo que es aún más importante es que el Señor no va a perdonarte y restaurarte hasta que no reconozcas tu pecado y te alejes de él. En ninguna parte de las Escrituras, Él disculpa el pecado de alguien por la intermediación de otra persona. De hecho, cuando te acostumbras a culpar al otro, nunca llegas a arrepentirte en serio. La Biblia dice que "es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho…” (2 Corintios 5:10). Reconocer tus pecados y defectos aquí y ahora, te libera para recibir el perdón de Dios y seguir adelante hacia la madurez.
“…SI DICES: ‘LO CIERTO ES QUE NO LO SUPIMOS’, ¿ACASO NO LO CONSIDERARÁ EL QUE PESA LOS CORAZONES?” (Proverbios 24:12)
Generalmente, culpar a otros por nuestros defectos y errores es para evitar hacerle frente a la verdad sobre nosotros mismos. Al culpar a otros, inevitablemente estamos perdiendo el tiempo. Independientemente del grado de culpabilidad que tengas, no vas a cambiar. Lo único que la culpabilidad hace, cuando buscas razones externas para explicar tu infelicidad o frustración, es mantener el enfoque lejos de ti. Puede que consigas que otro se sienta culpable, pero no vas a poder cambiar lo que te hace infeliz a ti.
Los israelitas pasaron cuarenta años en el desierto, haciendo una travesía que podía haber durado sólo once días (Deuteronomio 1:2). Esto se debió a que culparon de todos sus problemas a Dios, a Moisés y a lo que fuera; alguien tenía que ser culpable de todo lo que les sucedió. ¿Suena familiar? Salomón dijo: “…si dices: ‘Lo cierto es que no lo supimos’, ¿acaso no lo considerará el que pesa los corazones? …y Él pagará al hombre según sus obras” (Proverbios 24:12).
Seguramente sea difícil hacer frente a la verdad, pero esconderte de ella no hace que desaparezca. De hecho, hasta que no estés dispuesto a admitir tus errores seguirás teniendo problemas y culpando a otros. Recuerda que Satanás nunca dejará de involucrarte en el “juego de la culpabilidad” a través de tus pensamientos y emociones. Y si le haces caso, él ganará y tú perderás… Pablo dijo: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:21). ¿Lo has entendido? De ti depende cuánta chance le darás al “acusador” (Apocalipsis 12:10b)...
Una vez, Winston Churchill dijo: “El precio de la grandeza es la responsabilidad”. Por tanto, deja de pasarles la responsabilidad a otros, empieza a ser honesto con el Señor y permite que Él corrija las cosas en tu vida que no funcionan bien.
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