Durante cuarenta años, un hombre fuma tres paquetes de cigarrillos al día, muere de cáncer de pulmón más tarde, y su familia demanda a la tabacalera… Una mujer borracha se estrella conduciendo, y después culpa al dueño del bar. Tus hijos están descontrolados, así que hechas la culpa a la violencia televisiva, a la falta de disciplina en la escuela o a la influencia de sus amigos.
Salomón dijo: “El de corazón sabio recibe los mandamientos, mas el de labios necios va a su ruina” (Proverbios 10:8), porque la capacidad de aceptar responsabilidad está en el nivel de tu carácter y madurez. Pero lo que es aún más importante es que el Señor no va a perdonarte y restaurarte hasta que no reconozcas tu pecado y te alejes de él. En ninguna parte de las Escrituras, Él disculpa el pecado de alguien por la intermediación de otra persona. De hecho, cuando te acostumbras a culpar al otro, nunca llegas a arrepentirte en serio. La Biblia dice que "es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho…” (2 Corintios 5:10). Reconocer tus pecados y defectos aquí y ahora, te libera para recibir el perdón de Dios y seguir adelante hacia la madurez.
“…SI DICES: ‘LO CIERTO ES QUE NO LO SUPIMOS’, ¿ACASO NO LO CONSIDERARÁ EL QUE PESA LOS CORAZONES?” (Proverbios 24:12)
Generalmente, culpar a otros por nuestros defectos y errores es para evitar hacerle frente a la verdad sobre nosotros mismos. Al culpar a otros, inevitablemente estamos perdiendo el tiempo. Independientemente del grado de culpabilidad que tengas, no vas a cambiar. Lo único que la culpabilidad hace, cuando buscas razones externas para explicar tu infelicidad o frustración, es mantener el enfoque lejos de ti. Puede que consigas que otro se sienta culpable, pero no vas a poder cambiar lo que te hace infeliz a ti.
Los israelitas pasaron cuarenta años en el desierto, haciendo una travesía que podía haber durado sólo once días (Deuteronomio 1:2). Esto se debió a que culparon de todos sus problemas a Dios, a Moisés y a lo que fuera; alguien tenía que ser culpable de todo lo que les sucedió. ¿Suena familiar? Salomón dijo: “…si dices: ‘Lo cierto es que no lo supimos’, ¿acaso no lo considerará el que pesa los corazones? …y Él pagará al hombre según sus obras” (Proverbios 24:12).
Seguramente sea difícil hacer frente a la verdad, pero esconderte de ella no hace que desaparezca. De hecho, hasta que no estés dispuesto a admitir tus errores seguirás teniendo problemas y culpando a otros. Recuerda que Satanás nunca dejará de involucrarte en el “juego de la culpabilidad” a través de tus pensamientos y emociones. Y si le haces caso, él ganará y tú perderás… Pablo dijo: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:21). ¿Lo has entendido? De ti depende cuánta chance le darás al “acusador” (Apocalipsis 12:10b)...
Una vez, Winston Churchill dijo: “El precio de la grandeza es la responsabilidad”. Por tanto, deja de pasarles la responsabilidad a otros, empieza a ser honesto con el Señor y permite que Él corrija las cosas en tu vida que no funcionan bien.
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