miércoles, 12 de agosto de 2015

Nuestra perspectiva

Nuestra actitud, forma de pensar y de actuar tienen un valor decisivo a la hora de analizar el mundo a nuestro alrededor.

"La blasfemia contra el Espíritu Santo".
22 Entonces le llevaron un endemoniado, ciego y mudo; y lo sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba. 23 Toda la gente estaba atónita y decía: ¿Será este el Hijo de David? 24 Pero los fariseos, al oírlo, decían: Éste no echa fuera los demonios sino por Beelzebú, príncipe de los demonios.
25 Sabiendo Jesús los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo es asolado, y ninguna ciudad o casa dividida contra sí misma permanecerá. 26 Si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su reino? 27 Y si yo echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿por quién los echan vuestros hijos? Por tanto, ellos serán vuestros jueces. 28 Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios, 29 pues ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata? Entonces podrá saquear su casa. 30 El que no está conmigo, está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama.
31 Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. 32 Cualquiera que diga alguna palabra contra el Hijo del hombre, será perdonado; pero el que hable contra el Espíritu Santo, no será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero.
33 Si el árbol es bueno, su fruto es bueno; si el árbol es malo, su fruto es malo, porque por el fruto se conoce el árbol. 34 ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos?, porque de la abundancia del corazón habla la boca. 35 El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas, y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. 36 Pero yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio, 37 pues por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado. Mateo 12:22-37
Las cosas no suelen ser son como creemos que son, y la Palabra está repleta de ilustraciones al respecto.
No se nos provee de ningún detalle, en el pasaje, acerca de esta extraordinaria sanidad, pero vale la pena detenerse a meditar en él un momento. La multitud le trajo una persona endemoniada, que estaba ciega y muda. Imaginemos el terrible cuadro que presentaba esta persona. No hablaba ni veía, es más, daba evidencias de las más extraordinarias manifestaciones diabólicas. ¡Verdaderamente, un cuadro patético!
El evangelio solamente nos dice que Jesús intervino para sanarlo, produciendo en la persona una verdadera transformación. La gente no salía de su asombro, aunque habían sido testigos de un sin fin de señales, milagros y prodigios. Atónitos, algunos comenzaron a preguntar si no era este el Mesías que tanto tiempo había esperado Israel. Las obras que veían hablaban de una extraordinaria investidura de poder en su vida. Los fariseos vieron la misma manifestación de poder. No obstante, su perspectiva no les permitía aceptar, bajo ningún concepto, que esto fuera un actuar de Dios. Ellos eran, después de todo, los expertos en explicar y definir cómo se manifestaba la auténtica espiritualidad. Jesús, definitivamente, no se encuadraba dentro de estos parámetros.
La escena nos muestra que la diferencia no está en las circunstancias, sino en los ojos que la contemplan. Ambos grupos vieron el mismo suceso, pero llegaron a conclusiones diametralmente opuestas. Esto debe ser, para nosotros, una seria advertencia. Nuestra actitud tiene un peso decisivo a la hora de analizar el mundo a nuestro alrededor. Para quienes ya decidieron, interiormente, que nada bueno puede darse en determinada situación, solo queda proveer la explicación necesaria para justificar la postura.
Cuanto más sencilla resulta la vida, cuando partimos de la base de que nuestra perspectiva está seriamente distorsionada por nuestro entorno, no vemos las cosas como son, sino como queremos verlas. Las cosas rara vez son como creemos que son y la Palabra está repleta de ilustraciones al respecto.

Cristo utilizó la acusación como trampolín para proveer una importante enseñanza.

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