Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar, porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Mateo 4:18,19. La pesca requiere planificación, estrategia, esfuerzo y la esperanza de que se va a obtener fruto de ella. De igual modo, y sin caer en el proselitismo, ser pescadores de hombres requiere conocimiento, ideas, planes, conocimiento de la naturaleza humana, tacto, inteligencia, decisión, simpatía, voluntad, paciencia y perseverancia. Sobre todo, ser pescadores de hombres significa tener mucho amor por las almas; una visión celestial de la necesidad que tienen las personas de la salvación y la esperanza que solo pueden encontrar en Jesús, su Salvador.
No se trata de ver a la gente como posibles blancos numéricos a alcanzar, y de esa forma, llenar los bancos vacíos de una iglesia como si eso fuese el objetivo primordial, o satisfacer las demandas de una administración eclesiástica, sino verlos como seres humanos inmersos en el gran drama del pecado y sus consecuencias. Hemos de verlos como personas a quienes deseamos ayudar a acceder a una vida mejor, la vida espiritual que Jesús vino a ofrecer. Y en ese afán de bendecirlos con el conocimiento de Cristo, desplegaremos todas las capacidades y energías que merece esta gran empresa de la salvación, que supera a todo otro objetivo terrenal.
Por supuesto, dado que el objetivo de la salvación tiene, por su propia naturaleza, un contenido eminentemente espiritual y moral, los principios y métodos que los cristianos usarán para realizar esta tarea de “pescar” hombres, estarán de acuerdo con la naturaleza de su tarea. Por lo tanto, no cabrán en sus métodos la astucia engañosa, la manipulación de ningún tipo, la falsedad, el engaño, la coerción y las trampas, sino que todo se hará con un supremo respeto hacia la persona que tenemos delante, hacia su personalidad, su estructura psicológica y su libertad. Pero ciertamente, tendremos una pasión por esas almas que nos llevará a usar todo recurso espiritual, psicológico y comunicativo necesario, lícito y ético, para que las personas conozcan la belleza del evangelio, y puedan sentirse persuadidas de aceptar a Jesús como su Salvador personal.
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